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CRÓNICA<br />
Ambas conversan amenamente para mantenerse en vigilia<br />
mientras esperan la llegada de sus cargas. Desprecian el sueño<br />
porque vender sus cosechas es una de las tareas decisivas en<br />
sus vidas. Si no vendemos no hay plata, dicen.<br />
—Virginia, ¿hoy no dormirás?, ¿dormirás cuando retornes<br />
a tu casa? —pregunto a modo de romper el hielo.<br />
La mujer joven suelta una risa irónica porque, a todas<br />
luces, la pregunta es tonta. Atina contestar: “tras nocharse<br />
siempre es”. Para ella, es imposible dormir las noches en que<br />
debe vender sus productos. Tendrá que regatear buscando el<br />
mejor precio posible y evitar quedarse con saldos porque sería<br />
atroz retornar a Huaricana con las c h’i pa s y cargas sin vender o<br />
entregarlas a las a l aki pa s en calidad de fiado. Y en unas horas,<br />
cuando esté de nuevo en su casa, por supuesto que no dormirá.<br />
En el campo es inconcebible dormir de día.<br />
Vender por la noche es la única elección posible para los<br />
productores de alimentos. Están obligados a hacerlo como si<br />
se tratase de una actividad delincuencial. “Siempre fue así,<br />
nuestros abuelos han vivido lo mismo”, cuenta Virginia. Y<br />
Katherine Fernández, investigadora e impulsora de la Plataforma<br />
Agrobolsas Surtidas, explica que los agricultores<br />
comercializan sus productos de noche porque es el único<br />
momento en que pueden vender. De día esas calles están reservadas<br />
para los minibuses y las aceras tienen “d ue ñ os ”a cada<br />
paso. Se adaptaron a un horario clandestino, nocturno, como<br />
si se tratase de una actividad ilegal. Según Aruquipa, la autoridad<br />
edil de Palca, la raíz de esta estrategia campesina está en la<br />
falta de mercados para los productores.<br />
Mercedes sabe que la falta de mercados para el productor<br />
es un problema sin solución. Ella es una de varias mujeres que<br />
no se quedaron con los brazos cruzados. Recuerda que, junto<br />
a sus compañeras, varias veces reclamó ante las autoridades<br />
locales no solo por un mercado, sino por los maltratos que<br />
reciben. Pero nadie escuchó sus pedidos. “Fue en vano”, dice<br />
resignada. Por su parte, Virginia recuerda que sus abuelos<br />
tenían puestos de venta en uno de los cuatro bloques del<br />
mercado Rodríguez llamado Belén. Pero el lugar quedó chico<br />
hace muchos años. Se sabe que la abuela de Virginia tenía un<br />
puesto pequeño donde apenas cabía una c h’i pa y que hasta hace<br />
poco estaba ocupada por una de sus hijas. Sus otros cinco<br />
hijos, incluyendo la mamá de Virginia, no llegaron a tener<br />
cabida en el lugar. Hoy en día ese puesto sirve más para depósito<br />
que para venta.<br />
****<br />
Pero aparentemente no todo está mal, según explica<br />
Teddy Fernández, responsable de Ferias Agropecuarias de la<br />
Agencia de Desarrollo Económico Local del municipio de La<br />
Paz. Actualmente, esta Agencia está impulsando la creación<br />
de mercados alternativos dada la saturación y obsolescencia<br />
de los mercados tradicionales. El Mercado Campesino<br />
Zenobio López, ubicado en la final Villalobos, en Villa<br />
Armonía, es uno de estos emprendimientos inicialmente<br />
orientado al fortalecimiento de circuitos cortos de comercialización<br />
del área metropolitana que comprende los municipios<br />
de Achocalla, Palca, Mecapaca, Viacha, Laja y El Alto. Sus<br />
40 carpas, cada una con dos puestos de venta rotativos, se<br />
activan una vez al mes. Pero esta iniciativa que arrancó en la<br />
gestión municipal de Juan del Granado aún no termina de consolidarse<br />
del todo. Los temas políticos por conflictos limítrofes<br />
irresueltos entre municipios también tienen peso a la hora<br />
de coordinar, alega Fernández.<br />
De vuelta al mercado Rodríguez donde las mujeres conversan<br />
aguardando el momento de la venta, a las dos de la<br />
madrugada casi todos los camiones completaron el viaje,<br />
incluyendo el que trajo la carga de Virginia. Los únicos<br />
hombres que se mueven entre las sombras son los estibadores,<br />
así llamados ahora ante el sentido despectivo que adquirió la<br />
palabra “car gado res”o, en aymara, a para pitas. Por allí anda<br />
Vicente, uno de los estibadores que trabaja para el sector de<br />
Río Abajo. En un momento de descanso cuenta que su labor<br />
comienza hacia las ocho de la noche y termina en el mejor de<br />
20 www. p a g i n a s i e te. b o DOMINGO 6 DE ENERO 01 | 19