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Rasca Cielos 20190106

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CRÓNICA<br />

El Remate<br />

Son las cinco de la mañana y el alumbrado público todavía<br />

tirita tozudamente. Para los paceños es temprano pero ya<br />

tarde para las campesinas. Las que terminaron de vender solo<br />

hacen hora para emprender el retorno. Las que no lograron<br />

vender todos sus productos se muestran exasperadas y nerviosas.<br />

Quedarse hasta esa hora con productos es el anuncio<br />

de que llega el regateo y la subasta. A esa hora, las a l ak i pa s que<br />

compran cantidades mayores montan en unos taxis acondicionados<br />

especialmente para transportar cargas y se pierden<br />

por las serpenteantes calles y recovecos de la ciudad con<br />

rumbo a otros mercados como Garita de Lima, Uruguay,<br />

Cementerio y El Tejar. Algunas llegan incluso a las villas:<br />

Fátima, Armonía y Copacabana. Otras hasta otros municipios<br />

como Achocalla y El Alto.<br />

Los precios comienzan a caer y atraen a compradoras<br />

menores. Esta vez son las productoras las que rebajan sus<br />

expectativas. La unidad de lechuga que costaba dos bolivianos<br />

hace unas pocas horas, ahora se ofrece en un boliviano. Es<br />

mejor así, afirman resignadas, porque podría ser peor dentro<br />

de una hora.<br />

Mercedes conoce muy bien que las alaki pas benef iciarias<br />

son las que se pasaron horas esperando el momento de las<br />

rebajas. Relata que las mujeres que están al frente de su puesto<br />

son conocidas y suelen decirles: “si ahora no quieres rebajarme,<br />

más tarde lo harás y al precio que yo quiera”.<br />

****<br />

La Guardia Municipal llega en camioneta.<br />

Tiene la orden de despejar las calles y aceras.<br />

Son casi las seis de la mañana. La ciudad despierta de su<br />

letargo y es el momento de tensión entre las actividades nocturnas<br />

y diurnas. La lucha por el espacio público crece y cobra<br />

ribetes de discriminación y racismo. Una mujer dueña de una<br />

tienda de abarrotes vocifera mientras intenta despejar torpemente<br />

unas c h’i pa s de coliflor, escoba en mano.<br />

—Levántense, ¿hasta qué hora se van a quedar? ¿Quieres<br />

que yo te consiga un cargador? Ustedes no limpian, ni su culo<br />

se limpian.<br />

Nadie interviene. Compradoras, vendedoras y transeúntes<br />

son sordomudos de conveniencia. La mujer maltratada<br />

tampoco replica. Se limita a obedecer y arrastrar sus cargas<br />

unos metros más allá.<br />

—Ya pues, levántense. Ustedes siempre están ahí sentadas.<br />

¿A ver yo iré a tu casa a vender? —recrimina otra mujer entrada<br />

en años al tiempo que supervisa los paquetes de embutidos que<br />

recibe en su tienda. El hombre de cuerpo minúsculo que la<br />

acompaña dice: “nosotros tenemos una federación, estamos<br />

organizados, pagamos, no es así nomás sentarse”.<br />

El conflicto por el control de las aceras se resuelve a favor<br />

de las comerciantes que tienen patentes municipales por el<br />

uso de espacios públicos como puestos de venta. Están protegidas<br />

por las normativas y con apoyo de la guardia municipal.<br />

Hacia las siete de la mañana, las productoras son echadas definitivame<br />

nte.<br />

Virginia y Mercedes saben muy bien que no son bienvenidas<br />

a esa hora. Otras veces fueron víctimas de violencia con<br />

resultados mucho peores. Mercedes recuerda que un día una<br />

de sus compañeras apareció con la cabeza ensangrentada. La<br />

furiosa dueña de un puesto le había propinado un golpe<br />

certero con una escoba. Con encono en su voz afirma: “El las<br />

son malas, nos insultan; al contar con permiso municipal,<br />

desde las cinco de la mañana ya montan sus puestos. Son<br />

mujeres migrantes del altiplano que se ‘ref inaron’, ellas son las<br />

más abusivas”.<br />

Nos vamos, pero volveremos<br />

Hacia las seis y media de la mañana, por la calle Boquerón<br />

avanza una camioneta roja de propiedad del Gobierno Municipal<br />

de La Paz. Transporta media docena de gendarmes<br />

municipales que tienen la orden de despejar las calles y las<br />

ace ras.<br />

—¡Vienen!... ¡viene la batida! ¡joven, cargámelo! ¡apúrate!,<br />

grita atropelladamente un grupo de mujeres.<br />

—¡Batida es, ya vienen los ladrones!, dice otra campesina<br />

insomne. —No hables así —la reprocha otra comunaria.<br />

Nadie está inmóvil. No es momento de protocolos y<br />

buenos modales. Todas se agitan y comienzan a transportar<br />

sus bultos. Las reiteradas intervenciones de los guardias<br />

municipales les han enseñado a no quedarse paralizadas. Hay<br />

24 www. p a g i n a s i e te. b o DOMINGO 6 DE ENERO 01 | 19

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