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CRÓNICA<br />
El Remate<br />
Son las cinco de la mañana y el alumbrado público todavía<br />
tirita tozudamente. Para los paceños es temprano pero ya<br />
tarde para las campesinas. Las que terminaron de vender solo<br />
hacen hora para emprender el retorno. Las que no lograron<br />
vender todos sus productos se muestran exasperadas y nerviosas.<br />
Quedarse hasta esa hora con productos es el anuncio<br />
de que llega el regateo y la subasta. A esa hora, las a l ak i pa s que<br />
compran cantidades mayores montan en unos taxis acondicionados<br />
especialmente para transportar cargas y se pierden<br />
por las serpenteantes calles y recovecos de la ciudad con<br />
rumbo a otros mercados como Garita de Lima, Uruguay,<br />
Cementerio y El Tejar. Algunas llegan incluso a las villas:<br />
Fátima, Armonía y Copacabana. Otras hasta otros municipios<br />
como Achocalla y El Alto.<br />
Los precios comienzan a caer y atraen a compradoras<br />
menores. Esta vez son las productoras las que rebajan sus<br />
expectativas. La unidad de lechuga que costaba dos bolivianos<br />
hace unas pocas horas, ahora se ofrece en un boliviano. Es<br />
mejor así, afirman resignadas, porque podría ser peor dentro<br />
de una hora.<br />
Mercedes conoce muy bien que las alaki pas benef iciarias<br />
son las que se pasaron horas esperando el momento de las<br />
rebajas. Relata que las mujeres que están al frente de su puesto<br />
son conocidas y suelen decirles: “si ahora no quieres rebajarme,<br />
más tarde lo harás y al precio que yo quiera”.<br />
****<br />
La Guardia Municipal llega en camioneta.<br />
Tiene la orden de despejar las calles y aceras.<br />
Son casi las seis de la mañana. La ciudad despierta de su<br />
letargo y es el momento de tensión entre las actividades nocturnas<br />
y diurnas. La lucha por el espacio público crece y cobra<br />
ribetes de discriminación y racismo. Una mujer dueña de una<br />
tienda de abarrotes vocifera mientras intenta despejar torpemente<br />
unas c h’i pa s de coliflor, escoba en mano.<br />
—Levántense, ¿hasta qué hora se van a quedar? ¿Quieres<br />
que yo te consiga un cargador? Ustedes no limpian, ni su culo<br />
se limpian.<br />
Nadie interviene. Compradoras, vendedoras y transeúntes<br />
son sordomudos de conveniencia. La mujer maltratada<br />
tampoco replica. Se limita a obedecer y arrastrar sus cargas<br />
unos metros más allá.<br />
—Ya pues, levántense. Ustedes siempre están ahí sentadas.<br />
¿A ver yo iré a tu casa a vender? —recrimina otra mujer entrada<br />
en años al tiempo que supervisa los paquetes de embutidos que<br />
recibe en su tienda. El hombre de cuerpo minúsculo que la<br />
acompaña dice: “nosotros tenemos una federación, estamos<br />
organizados, pagamos, no es así nomás sentarse”.<br />
El conflicto por el control de las aceras se resuelve a favor<br />
de las comerciantes que tienen patentes municipales por el<br />
uso de espacios públicos como puestos de venta. Están protegidas<br />
por las normativas y con apoyo de la guardia municipal.<br />
Hacia las siete de la mañana, las productoras son echadas definitivame<br />
nte.<br />
Virginia y Mercedes saben muy bien que no son bienvenidas<br />
a esa hora. Otras veces fueron víctimas de violencia con<br />
resultados mucho peores. Mercedes recuerda que un día una<br />
de sus compañeras apareció con la cabeza ensangrentada. La<br />
furiosa dueña de un puesto le había propinado un golpe<br />
certero con una escoba. Con encono en su voz afirma: “El las<br />
son malas, nos insultan; al contar con permiso municipal,<br />
desde las cinco de la mañana ya montan sus puestos. Son<br />
mujeres migrantes del altiplano que se ‘ref inaron’, ellas son las<br />
más abusivas”.<br />
Nos vamos, pero volveremos<br />
Hacia las seis y media de la mañana, por la calle Boquerón<br />
avanza una camioneta roja de propiedad del Gobierno Municipal<br />
de La Paz. Transporta media docena de gendarmes<br />
municipales que tienen la orden de despejar las calles y las<br />
ace ras.<br />
—¡Vienen!... ¡viene la batida! ¡joven, cargámelo! ¡apúrate!,<br />
grita atropelladamente un grupo de mujeres.<br />
—¡Batida es, ya vienen los ladrones!, dice otra campesina<br />
insomne. —No hables así —la reprocha otra comunaria.<br />
Nadie está inmóvil. No es momento de protocolos y<br />
buenos modales. Todas se agitan y comienzan a transportar<br />
sus bultos. Las reiteradas intervenciones de los guardias<br />
municipales les han enseñado a no quedarse paralizadas. Hay<br />
24 www. p a g i n a s i e te. b o DOMINGO 6 DE ENERO 01 | 19