The Red Bulletin Octubre 2019 (MX)

Tim Howell no responde
a nuestros gritos.
Lo único que el fotógrafo
James Carnegie
y yo podemos escuchar
son los ecos que
rebotan en los riscos y
desfiladeros debajo de
nosotros. La soga de
Howell, atada a una
roca, serpentea hacia
una tupida jungla con una inclinación
casi vertical. En alguna parte ahí debajo
se halla un muro de caliza pura de 300 m,
y él está buscándolo. Conforme crece la
preocupación, una súbita secuencia de
maldiciones nos deja saber que él está
bien. No solo eso, sino que encontró un
punto de salida.
Howell vio Vách đá Trăng por primera
vez en Vietnam en 2017. El montañista y
BASE jumper británico de 30 años buscaba
posibles rutas para wingsuit en lugares
no tan conocidos cuando un espectacular
acantilado blanco apareció en su Instagram.
Su curiosidad despertó. Luego de
meterse a foros de BASE jump, se dio
cuenta de que nadie había descendido en
wingsuit en Vietnam anteriormente. Seis
meses después, su prometida y él, la colega
BASE jumper Ewa Kalisiewicz, iban en
camino a Hà Giang, la provincia más al
norte de Vietnam. Cuando iban a la mitad
del ascenso de los 1,346 metros del pico,
la lluvia incesante los obligó a regresar.
Sin señales de que el clima pudiera mejorar,
la pareja fue a casa a regañadientes.
Quince meses más tarde, en marzo,
Howell decidió intentarlo de nuevo.
Nos tomó tres días tan solo llegar ahí;
de Londers a Hanoi, luego un tren nocturno
a la provincia Lào Cai en la frontera
noroeste con China; éramos tres en una
litera para cuatro, junto con un vietnamita
cuya cara se iluminaba toda la noche
por escandalosos shows de juegos que
veía en su teléfono. A esto le siguió un recorrido
de seis horas en minivan hacia Hà
Giang a lo largo de la frontera oriental, en
Arriba: el tren a Lào Cai. Abajo: lugareños con cubrebocas.
el que cruzaron altas mesetas en caminos
de terracería, y finalmente siete horas a
Ðông Văn en un autobús que también
funge como servicio postal para cualquier
cosa, desde costales de arroz hasta cuatro
patos de aspecto desconcertado que viajan
en el techo. Cuando inviertes 72 horas
de viaje en un vuelo de 40 segundos, más
le vale que tu destino valga la pena.
Howell trepa hasta donde nos encontramos.
Hoy no hay tiempo para saltar:
son casi las 5 p. m. y necesita un machete
para limpiar la salida, acomodar equipo y
prepararse para el punto de no retorno:
100% comprometido en saltar al vacío. Es
un momento que él ama, pero no es algo
que deba apresurarse.
De cualquier manera, hay desilusión.
Aquella mañana, los tres habíamos explorado
la zona de aterrizaje, luego de trepar
y descender por una ruta lodosa que divi-
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