The Red Bulletin Octubre 2019 (MX)

“He dejado
muchas salidas;
no me gustaban
sus condiciones”.
ploración y preparación detallada como
saltos desde precipicios. El montañismo,
el esquí y el alpinismo son una parte de la
historia. No tiene los rasgos típicos del
adicto a la adrenalina… sin embargo, en
un deporte que exige tanta habilidad y
autocontrol, esas etiquetas espectaculares
con frecuencia son equivocadas.
Conforme nuestro apetito por contenidos
se hace cada vez más voraz, y lugares
otrora remotos se convierten en la siguiente
oportunidad de selfie, lo extremo
suele verse amplificado. Pero aunque
Howell –por necesidad– habita el mundo
de los patrocinios y las redes sociales, su
proyecto tiene un sabor a vieja escuela.
Como él dice, prefiere escalar en hielo
para hacer un salto BASE en los Alpes que
tirarse de una grúa de 50 m para hacer
double back-flips. Y le encanta intentar
nuevos proyectos, abrir rutas no descubiertas,
ser el primero.
“Mi papá era paracaidista; crecí viendo
fotos de él saltando en Kenia en los setenta
y escalando el hielo en Mont Blanc”,
dice Howell.
En la escuela, siempre estaba inquieto
y le costaba trabajo concentrarse, características
que él considera típicas del perfil
aventurero: “Todos tenemos historias
Howell utiliza binoculares láser junto con su
smartphone para calcular la trigonometría
de su ruta de vuelo. Necesita estar seguro
de que su trayectoria no pasará por cables de
electricidad más abajo en la montaña.
de un par de terrazas escarpadas con
plantíos de maíz y mandioca, de pasar casas
amontonadas hechas de barro y techos
de paja para llegar a las orillas del
río Nho Qué. Luego de una jarra de té
verde amargo y una salchicha asada de
un mercado improvisado en un punto de
vigilancia cercano, nos dirigimos hacia
arriba en busca de la salida.
Howell, de 30 años, es un excomando
de la Marina Real que ya trepó la cara
norte del Eiger; Carnegie es un ultracorredor
acostumbrado a hacer excursiones
de 100 km. Ambos avanzan a buen ritmo,
a pesar de sus mochilas pesadas.
La gente no acostumbra escalar Vách
đá Trăng. Sus flancos –salvo la cara de caliza–
están cubiertos con jungla espesa
que sobresale a la orilla del acantilado.
Caminamos hasta el punto en que Howell
y Kalisiewicz llegaron la última vez; literalmente
hasta el final de la ruta. “A partir
de aquí, tenemos que abrirnos camino
a través de la maleza”, dice Howell con
gusto. “Debemos dirigirnos hacia esa línea
de rocas”. Señala un descanso apenas
visible en la vegetación.
Sin machete, es una labor complicada.
Nos movemos entre el follaje espeso y por
peñascos, con roca pizarra, la cual se desmorona
en nuestras manos mientras las
enredaderas nos atrapan. Viramos a la izquierda
para evitar caer por la orilla. En
un lapso de media hora, estamos llenos
de cortadas y nuestros pantalones están
hechos jirones. La duda nos asalta: ¿sabrá
Howell lo que hace?
“Ya invertí 10 días de trabajo en este
salto”, dice Howell esa tarde en el café
para excursionistas en Ðông Văn, nuestra
base de operaciones. “Mucha gente queda
satisfecha haciendo lo que sabe; puedes ir
a Lauterbrunnen [en Suiza], subir a una
góndola y hacer cinco saltos al día. Es más
difícil inaugurar un salto [crear un salto
que nadie ha intentado anteriormente]”.
Para Howell, el BASE jumping es libertad.
“Nadie dice que no deberías hacerlo
porque no tienes el sello correcto en tu bitácora”,
dice, mientras toma un trago de
whisky. Su estrategia involucra tanta exacerca
de cómo no queríamos apegarnos
a las reglas cuando niños, de cómo no nos
gustaba que nos dijeran qué hacer”.
A la mañana siguiente, una espesa cortina
de neblina color grisáceo se posa en
la parte baja. No parece un día bueno
para el vuelo de Howell. En contraste, las
calles están llenas de color. Es día de mercado,
y por doquier hay comerciantes que
representan los distintos grupos étnicos
que pueblan las montañas: Hmong, Dao,
Nung, Tay. Compramos un machete, nos
equipamos y salimos en nuestras motocicletas
rentadas.
Mientras los otros dos se abren camino
entre la maleza hacia la salida, yo me dirijo
hacia un pasaje elevado justo debajo de
la cara para intentar capturar el despegue
desde abajo. Pero las nubes no se van. Hablamos
por walkie-talkie; encontraron
una salida, un afloramiento de más de 30
centímetros de ancho. Howell quita la
maleza, impávido del impresionante vacío
a su alrededor.
Sin embargo, la visibilidad es nula. El
día entero la niebla viaja por la montaña,
levantándose prometedoramente solo
para descender momentos después.
Howell no puede volar a ciegas: es una
ruta desconocida con cables de alta tensión.
A las 5 p. m. decidimos abandonar
el día y descender. Howell ha realizado
más de 600 saltos BASE y la mitad de esos
han sido con wingsuit. Por ahí de su salto
300, tuvo un accidente. Estaba con un
grupo en Beachy Head en East Sussex
cuando intentó hacer una barrena horizontal;
movimiento con el que no estaba
familiarizado. Su paracaídas se enredó y
él se estrelló dos veces contra un acantilado,
luego de desgarrar casi letalmente su
cúpula con una roca. Cayó al suelo y tuvo
suerte de no tener lesiones graves.
“Aprendí una lección importante aquel
día, acerca de dejarme llevar por una
mentalidad de grupo y ser complaciente.
Desde entonces, ha habido muchas veces
en que me retiro de una salida si no me
gustan las condiciones, incluso si otros
han saltado el día entero”.
A pesar de que es una skydiver y piloto
de wingsuit más experimentada, Kalisiewicz
tampoco tiene un récord perfecto.
En la Navidad de 2017, Howell le propuso
matrimonio en la Montaña de la Mesa en
África antes de un salto BASE con wingsuit.
Cuando se hacen vuelos en wingsuit,
la velocidad es crucial para el despegue;
los pilotos pueden alcanzar proporciones
de deslizamiento de 3:1 (de movimiento
hacia adelante vs. hacia abajo). Pero si
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