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Opinión
10 Miércoles 25 marzo de 2020 Diario Co Latino
Sociología y otros Demonios (996)
El contagio
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René Martínez Pineda
Sociólogo, UES
Bajo el azote de esta cuarentena tan
feroz e íntima como la que,
bajo la alarma de los fusiles
y las capuchas negras, nos impuso
la dictadura militar a quienes estábamos
infectados con el aritmético
virus de la conciencia, la pregunta
que recorre con mascarilla los patéticos
pasillos de la soledad en medio del
tumulto es: ¿Cuál será el mañana del hoy que nos
¿Existirá
todavía el ignoto y tibio amanecer de pasión
carnal y amor solidario abriéndose paso entre
¿llegará la esperanza de que todo saldrá bien
como un pájaro que tirita de frío y nostalgia en
el árbol que jamás abandonó a pesar del conta-
cubrirá como densa nube sin agua contaminada
para caer en los techos y lavar nuestros pecados
Cuando el hastío de la rutina muerde, sin piedad,
me pregunto si los dos millones de palabras
que he publicado -sin sacarle punta al lápiz ni
una vez-, junto a los mil millones de palabras que
he dicho sin tomar aire, a razón de treinta y cinco
palabras por minuto, ¿van a ser capaces de
navegar con leve éxito sobre las aguas turbulentas
del alma posencierro hasta atracar en el viejo
muelle de la alegría nueva de estar juntos sin
rán
de largo sobre el monorriel del horizonte sin
Publicación de la Sociedad Cooperativa de Empleados de Diario
Co Latino de R. L.
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Nelson López
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128 AÑOS INFORMÁNDOTE CON CREDIBILIDAD
siquiera mirarme con ojos de esdrújula aun sabiendo
que yo las parí sin necesidad de vientre
Las manos del migrante o del exiliado aprendieron
a acariciar, en silencio y a solas (porque
siempre tuvieron la esperanza de
que toda la ausencia podía terminar
al día siguiente) hoy son una táctica
de quien cuenta los días de su personal
diluvio en un hospital, pero si
el encierro resulta ser social y culturalmente
peor que la peste monárquica,
me pregunto si mañana las manos de
nosotros podrán recordar la rutina venérea y
la mística elemental de la caricia. Las preguntas
se acumulan en la incertidumbre de la certeza
elemental. ¿Los infectólogos, los demagogos,
los alarmistas, los sensatos, los policías y
los políticos repartirán orgasmos diluvianos en
los mercados y nos enviarán al correo electrónico
de tiempo el llanto que no hemos podido
derramar por falta de huevos o salvoconduc-
y mediático vendrán hasta la puerta de mi casa,
como espectro chocarrero, a buscar mi inenarrable
amor por el pueblo para luego salir a li-
Los dolores de coyuntura, las heridas históricas
y las heridas carnales que supuse estaban
libres de toda infección ¿empezarán a palpitar
y a supurar de nuevo como panal sin sus
nos ocultamos en nuestras individuales cavernas
¿podrán hacer memoria de todas y cada una
sí mismas para restringir la movilidad en las ve-
este mar tenebroso de las dudas ciertas y de los
temores inciertos e importados, una verdad me
pide un salvoconducto para transitar sin problemas
por los tumultuosos albergues de mi
mente: el efímero destino de mi presente tiene
mucho que ver con mi pasado, ese pasado
y viene a ser el pasado de mi destino, y es mejor
eso a que sea el destino de mi pasado. Si los
recuerdos navegan en los olvidos, espero que
uno de esos recuerdos sea reconocer la importancia
de estar todos juntos sin temor el uno
del otro, sin usar el distanciamiento social como
una coartada capitalista.
En este encierro que es tan feroz en las latitudes
tropicales y que camina con pies de plomo,
aprendamos a sobrevivir juntos; no nos quedemos
inmóviles en los muros de la cuarentena;
no nos quedemos a la orilla del camino vien-
no metamos en cuidados intensivos las hazañas
de sobrevivencia de nuestros antepasados y antefuturos,
palabra nueva, esta última, que nace
en una crisis biomédica que se puede convertir
en una crisis sociocultural; no amemos a las
otras, a los otros y a los otritos con temor a contagiarnos
de más amor viral; salvémonos ahora
y siempre, pero hagámoslo juntos y en conjun-
sa
metáfora de la vida; no nos salvemos en soledad
aunque por el momento estemos obligados
a estar solos; salvémonos sin perder la calma,
pero rompamos la calma de la injusticia social
que fue puesta en evidencia por un virus;
no nos reservemos lo que el dinero puede comprar
en el pánico; no dejemos que los párpados
cumplan su función originaria de pesado juicio
para evadir el naufragio de los cuerpos-sentimientos;
no nos quedemos sin labios húmedos
para no hacer de los besos una especie en peligro
de extinción.
En este encierro que nos ladra todo el día
como si fuera una boleta de empeño, no olvidemos
que solo está permitido dormir si estamos
dispuestos a soñar con el destino de nuestro
presente; no nos imaginemos a nosotros mismos
como seres sin sangre ni piel; juzguemos
nuestra historia sin tiempo, pero hagámoslo con
Pero si la cuarentena termina ganando el juego
por falta de jugadores o porque el encierro es
un demagogo perfecto; pero si a pesar de todo y
con el pesar de todos termino quedándome inmóvil,
mudo, sordo y ciego frente a la sombra
del encierro; si no puedo evadir el paso por los
cuidados intensivos del destino; si amo con miedo
y a lo lejos; si me salvo porque no le ayudé
a salvarse a los otros; si pierdo la calma y dejo
que la injusticia siga su camino en calma; si dejo
que los párpados y sus pesados prejuicios valgan
más que los ojos y sus juicios; si las manos
olvidan la rutina de las caricias y los labios olvidan
la mística de los besos; si duermo durante
todo el encierro y no tengo ningún sueño sobre
el destino; si mis heridas olvidan el nombre
de cada una de las gotas de su sangre; si le quito
tiempo al tiempo y me siento a la orilla del camino
a ver pasar el entierro del otro; si dejo que
el distanciamiento social sea el nuevo tipo de relaciones
sociales después de la encerrona... Entonces
no merezco estar a la par de quienes amo
porque no estaré contagiado de amor.