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Fe y Obras - Elena G. de White

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contaminados, viles; y nada que proviene de todas sus realizaciones

puede elevarlos delante de Dios, porque todo lo que hacen es una

abominación ante su mirada. No puede haber verdadera conversión

sin el abandono del pecado, y no se discierne el carácter detestable

del pecado. Con una agudeza de percepción nunca alcanzada por la

comprensión humana, ángeles de Dios observan que seres

estorbados por influencias corruptoras, con almas y manos impuras,

están decidiendo su destino por la eternidad; y sin embargo, muchos

tienen escasa noción de lo que constituye el pecado y del remedio.

Oímos tantas cosas que se predican en relación con la

conversión del alma que no son ciertas. Se enseña a los hombres a

pensar que si un ser humano se arrepiente será perdonado,

suponiendo que el arrepentimiento es el camino, la puerta para

entrar en el cielo; que el arrepentimiento tiene un cierto valor seguro

para conseguirle el perdón. ¿Puede el hombre arrepentirse por sí

mismo? No más de lo que puede perdonarse a sí mismo. Lágrimas,

suspiros, resoluciones -todo esto no es sino el ejercicio apropiado de

las facultades que Dios ha concedido al hombre, y el apartamiento

del pecado en la enmienda de una vida que es de Dios. ¿Dónde hay

mérito en el hombre para ganar su salvación, o para poner delante de

Dios algo que sea valioso o excelente? ¿Puede una ofrenda de

dinero, casas o tierras colocarlo en la lista de los merecedores?

¡Imposible!

Es peligroso considerar que la justificación por la fe pone

mérito en la fe. Cuando aceptamos la justicia de Cristo como un

regalo, somos justificados gratuitamente mediante la redención de

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