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contaminados, viles; y nada que proviene de todas sus realizaciones
puede elevarlos delante de Dios, porque todo lo que hacen es una
abominación ante su mirada. No puede haber verdadera conversión
sin el abandono del pecado, y no se discierne el carácter detestable
del pecado. Con una agudeza de percepción nunca alcanzada por la
comprensión humana, ángeles de Dios observan que seres
estorbados por influencias corruptoras, con almas y manos impuras,
están decidiendo su destino por la eternidad; y sin embargo, muchos
tienen escasa noción de lo que constituye el pecado y del remedio.
Oímos tantas cosas que se predican en relación con la
conversión del alma que no son ciertas. Se enseña a los hombres a
pensar que si un ser humano se arrepiente será perdonado,
suponiendo que el arrepentimiento es el camino, la puerta para
entrar en el cielo; que el arrepentimiento tiene un cierto valor seguro
para conseguirle el perdón. ¿Puede el hombre arrepentirse por sí
mismo? No más de lo que puede perdonarse a sí mismo. Lágrimas,
suspiros, resoluciones -todo esto no es sino el ejercicio apropiado de
las facultades que Dios ha concedido al hombre, y el apartamiento
del pecado en la enmienda de una vida que es de Dios. ¿Dónde hay
mérito en el hombre para ganar su salvación, o para poner delante de
Dios algo que sea valioso o excelente? ¿Puede una ofrenda de
dinero, casas o tierras colocarlo en la lista de los merecedores?
¡Imposible!
Es peligroso considerar que la justificación por la fe pone
mérito en la fe. Cuando aceptamos la justicia de Cristo como un
regalo, somos justificados gratuitamente mediante la redención de
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