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La santificación espuria no lleva a glorificar a Dios, sino que
induce a quienes pretenden poseerla a exaltarse y glorificarse a sí
mismos. Cualquier cosa que sobrevenga en nuestra experiencia, sea
de alegría o de tristeza, que no refleje a Cristo ni lo señale como su
autor, glorificándolo a El y sumergiendo al yo hasta hacerlo
desaparecer de la vista, no es una genuina experiencia cristiana.
Cuando la gracia de Cristo se implanta en el alma mediante el
Espíritu Santo, el que la posee se volverá humilde en espíritu y
procurará asociarse con aquellos cuya conversación versa sobre
temas celestiales. Entonces el Espíritu tomará las cosas de Cristo y
nos las mostrará y glorificará, no al receptor, sino al Dador. Por lo
tanto, si tú tienes la sagrada paz de Cristo en tu corazón, tus labios
se llenarán de alabanza y gratitud a Dios. Tus oraciones, el
cumplimiento de tu deber, tu benevolencia, tu abnegación, no serán
el tema de tu pensamiento o conversación, sino que magnificarás a
Aquel que se dio a sí mismo por ti cuando aún eras pecador. Dirás:
"Me entrego a Jesús. He hallado a aquel de quien escribió Moisés en
la ley, así como los profetas". Al alabarlo a El, recibirás una
preciosa bendición, y toda la alabanza y la gloria por lo que es hecho
por medio de ti serán atribuidas a Dios.
Ni turbulento ni ingobernable
La paz de Cristo no es un elemento turbulento e ingobernable
que se manifieste en voces estentóreas y ejercicios corporales. La
paz de Cristo es una paz inteligente, y no induce a quienes la poseen
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