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Fe y Obras - Elena G. de White

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La santificación espuria no lleva a glorificar a Dios, sino que

induce a quienes pretenden poseerla a exaltarse y glorificarse a sí

mismos. Cualquier cosa que sobrevenga en nuestra experiencia, sea

de alegría o de tristeza, que no refleje a Cristo ni lo señale como su

autor, glorificándolo a El y sumergiendo al yo hasta hacerlo

desaparecer de la vista, no es una genuina experiencia cristiana.

Cuando la gracia de Cristo se implanta en el alma mediante el

Espíritu Santo, el que la posee se volverá humilde en espíritu y

procurará asociarse con aquellos cuya conversación versa sobre

temas celestiales. Entonces el Espíritu tomará las cosas de Cristo y

nos las mostrará y glorificará, no al receptor, sino al Dador. Por lo

tanto, si tú tienes la sagrada paz de Cristo en tu corazón, tus labios

se llenarán de alabanza y gratitud a Dios. Tus oraciones, el

cumplimiento de tu deber, tu benevolencia, tu abnegación, no serán

el tema de tu pensamiento o conversación, sino que magnificarás a

Aquel que se dio a sí mismo por ti cuando aún eras pecador. Dirás:

"Me entrego a Jesús. He hallado a aquel de quien escribió Moisés en

la ley, así como los profetas". Al alabarlo a El, recibirás una

preciosa bendición, y toda la alabanza y la gloria por lo que es hecho

por medio de ti serán atribuidas a Dios.

Ni turbulento ni ingobernable

La paz de Cristo no es un elemento turbulento e ingobernable

que se manifieste en voces estentóreas y ejercicios corporales. La

paz de Cristo es una paz inteligente, y no induce a quienes la poseen

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