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justicia. Por eso reclamamos esta justicia de Cristo, creemos en ella,
y es nuestra justicia. El es nuestro Salvador. Nos salva porque dijo
que lo haría. ¿Hemos de participar en todas las discusiones en
cuanto a cómo puede salvarnos? ¿Tenemos en nosotros mismos la
bondad que nos hará mejores y que nos limpiará de las manchas y
las tachas del pecado, habilitándonos entonces para acudir a Dios?
Nosotros simplemente no podemos hacerlo.
¿No saben que cuando el joven rico se acercó a Cristo y le
preguntó qué debía hacer para tener la vida eterna, Cristo le dijo que
guardara los mandamientos? El joven contestó: "Todo esto lo he
guardado". Pero el Señor quería que entendiera que esta lección se
aplicaba a él. "¿Qué más me falta?" Mateo 19:20. No percibía que
había algo que se refería a él, o por qué no había de tener la vida
eterna. "Lo he guardado", dijo. Ahora Cristo toca el punto débil de
su corazón. Dice: "Ven, sígueme, y tendrás vida".
¿Qué hizo el joven? Se alejó muy triste, porque tenía muchas
posesiones.
Ahora bien, él no había guardado los mandamientos en
absoluto. Debería haber aceptado a Jesucristo como su Salvador, y
haberse asido de su justicia. Entonces, al poseer la justicia de Cristo,
hubiera podido guardar la ley de Dios. El joven magistrado no podía
hollar la ley. Debía respetarla; debía amarla. Entonces Cristo habría
aportado el poder divino para combinarlo con los esfuerzos
humanos.
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