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Edicion 09 de octubre 2021

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EL CAMINO DE LA SABIDURíA

EL PORTAL DE LA ACADEMIA

SALVADOREÑA DE LA LENGUA

Por: Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña

de la Lengua.

Aquél que se cree sabio y no

ha hecho otra cosa más que

comenzar los caminos, es imprudente.

Volvamos al cuento:

A la entrada del primer camino ya les

esperaban, porque como todo estaba

escrito en el libro de los destinos, se

conocía de antemano y bien que llegarían,

y cuando, y cómo. Así que al

arribó del príncipe con su comitiva

regia y llena de pomposidad, todo estaba

dispuesto para recibirles y conducirles

a través de esa ruta.

Una enorme alfombra mágica, con

sobre el ambiente, y en ella, un viejecillo

con aspecto de sabio, con una

dulzura grave en su rostro, sonriendo

maliciosamente, les saludó con toda la

cortesía que merecía tan real presencia.

Era este viejecillo, delgado, alto,

escaso el cabello pero luenga la barba,

que a decir verdad le llegaba hasta la

cintura, y que él mesaba suavemente

y con constancia. Les invitó a subir, y

ya todos acomodados, el príncipe y su

séquito, así como la preciada carga de

calabazas, hizo una señal en el aire y

la mágica alfombra comenzó a elevarse

suavemente, oscilando de vez en

cuando para mejor captar los aromas

de las alturas, con lo que provocaba

de alguna manera unas pequeñas agitaciones

entre todos los pasajeros.

Ya entablado el vuelo plenamente, el

viejo y noble anciano mesó de nuevo

su larga barba, sorbió aire puro entre

las comisuras de sus labios, y habló de

la siguiente manera:

- Noble y agradable príncipe,

- su aliento era suave y musical -, sé

que vivirás muchos años, por lo que

en tan larga vida necesitarás de muchas

cualidades que, de otra forma,

si te faltaran, aligerarían tu estancia

sobre tu reino. Por lo que dicta el manuscrito

oculto entre las nubes, que

sólo pocos conocemos, lo primero que

debes adquirir son algunas virtudes

que te serán muy necesarias. Y para

ello, debes armarte, sobre todo, de

prudencia y paciencia, haciendo oídos

sordos a ligeros consejos y a malsanos

intereses.

El príncipe escuchaba atentamente,

extrañado de ver que existían mundos

misteriosos y ocultos que él no había

podido imaginar ni en sus reales sueños,

pues se creía omnipotente y omnivalente.

- Hubo hace muchos años un

reino especial y único en donde reinó

un monarca que estaba lleno de todas

las virtudes, pero particularmente de

una, que es la que yo poseo porque él

me la trasladó mágicamente a través

de los tiempos y de los espacios ignotos.

Esas virtudes todas están depositadas

ahora en un reino al que sólo se

accede venciendo muchos obstáculos

y abriendo muchas puertas. Pero a mí

sólo me compete trasladarte una, lo

cual haré con mucho agrado y espero

que la recibas y la guardes para toda la

vida.

El príncipe abrió sus ojos y dejó por

un momento los manjares que tenía

entre sus manos. Miró al viejecillo

con un poco de ansiedad y estupor,

indicándole con el ceño de su rostro

que continuara, pues ansioso estaba

de escuchar, aunque su soberbia sabía

cegarlo a menudo.

- Fíjate que en un viejo mundo,

ahora lastimosamente casi olvidado,

habitaba un espíritu mágico que sabía

aparecerse a los buenos para ofrecerles

lo que pidieran.

- Pídeme lo que quieras y te

será dado – sabía ese espíritu decirles,

y a seguido, cumplía con el ofrecimiento

porque ya de antemano sabía

que caería en buenas manos.

Y continuó el viejo:

- Un día, ese espíritu visitó al

monarca de quien te hablo, y le hizo el

ofrecimiento. Pídeme lo que quieras y

te será dado – le dijo. Y el monarca

aquél, que ya tenía en realidad aquellos

dones que ahora le ofrecían, le

dijo, sin embargo:

- Buen señor, espíritu del bien

que habitas, dame la sabiduría, que

todo siempre debe comenzar por allí.

El espíritu, que sabía de antemano

lo que sucedería, le concedió al rey

aquél deseo, aconsejándole que supiera

utilizarlo con mucha prudencia.

- Es naturaleza de los jóvenes

no ser pacientes, pero ello no va con la

sabiduría. Luego, úsala con paciencia

y sin abusar de ella y te será útil. Buen

soberano, - prosiguió – serás sabio,

como lo deseas, pero te aconsejo que

utilices ese don, esa virtud, como ya

te lo he indicado, y no como la inteligencia,

con quien saben confundirla,

que es una simple facultad; debes ser

prudente cuando la uses, no suceda lo

que a muchos, que se han enloquecido

y ensorberbecido con él y lo han

utilizado más para mal que para bien,

días.

El príncipe comprendió lo que estaba

sucediendo, porque ya tenía la facultad

de que habló el viejecillo, que es la

inteligencia, con lo cual pudo advertir

el sentido del consejo.

- Así que, como en los labios

del prudente, hay sabiduría, refrena la

lengua siempre porque el hacerlo es

cosa de sabios.

El príncipe comprendió que lo que

había dicho el viejo no era un cuento

sino más bien estaba trasladándole de

esa manera el don que él había recibido

del rey aquél del otro cuento. Así

que, el regio príncipe fue sabio hasta

ignorada hasta este momento, de que

la sabiduría la ejerciera plenamente

hasta que hubiera superado los ocho

caminos y abierto las doce puertas,

con lo cual quedaría convertido en un

elemental.

El tiempo había transcurrido sin sentirse,

más bien rápidamente. El viento

aligeró su paso, permitiendo a la mágica

alfombra descender lentamente y

allí depositados, el viejo le indicó con

inusual dulzura, propia de los ambientes

de lo etéreo y de lo ideal:

- Pasa, príncipe real. Ahí tienes

el siguiente camino. Ya ese no me corresponde.

Bajó el príncipe con su comitiva, y el

viejo aquel, en un instante cuántico,

desapareció en el espacio.

Continuará con el próximo cuentecillo:

3. El camino de la prudencia

Edición Especial | 09 de Octubre de 2021 | 07

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