EL NARRATORIO ANTOLOGIA LITERARIA DIGITAL NRO 78 AGOSTO 2022
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frías paredes metálicas del cubo. Sonidos que crecían dentro de
la cabeza de la mujer, que ya no alcanzaba los ojos blancos del
orgasmo, pero sí a herirse la lengua desesperada por ignorar a
su hijo; porque a pesar de todo, la mujer gozaba, y mantenía la
tenue esperanza de darle gusto a su hombre, pensando que
luego del coito podía sacar a su hijo de aquella prisión,
pegárselo al pecho y llevarlo a la cama para devorarlo a besos:
Todo va a estar bien, pequeño, todo va a estar bien. Su hombre
sonreía, y ella se daba cuenta que había llegado la mañana.
Las noches se fueron repitiendo, el hombre llegaba y
después de cenar metía al dormido niño a la caja. Así ocurrió
las dos primeras semanas. Luego exigió a la mujer No esperes
que llegue para meterlo a la caja, no soporto verlo.
Tiene miedo, ¿podemos dejarlo fuera esta noche?, se
portará mejor te lo aseguro.
Pero no había razones que pudieran admitirse. El niño
pasaría las noches adentro de la caja. Los días se volvieron un
desequilibrio que giraba frente a sus ojos, en el espejo de su
cama, en las noches de su angustia porque aquel hombre se
mostraba tan dueño de sí, enamorado, tierno. Ahora eran solo
ellos dos, como debieron serlo siempre. Y ella se mostraba
radiante o eso sospechaban los vecinos, las pocas veces que los
llegaron a mirar salir al cine, o caminar de vuelta de alguna
cena romántica, sin sospechar que la tenía prisionera mientras
la presumía por las calles satisfecho. Cuando él se iba a
trabajar, ella gritaba su desesperación para escapar; corría
hacia la caja para abrirla de inmediato. Hasta que una mañana
él decidió no dejar la llave, el niño tenía que permanecer
encerrado todo el día, todos los días por el resto de su vida. Ella
quiso pedir ayuda pero el departamento estaba cerrado, su
teléfono móvil sin crédito, y al abrir la laptop pudo constatar
que habían cambiado la clave del wifi. El sueño se había
clausurado.
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