EL NARRATORIO ANTOLOGIA LITERARIA DIGITAL NRO 78 AGOSTO 2022
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C
omo buena nieta morí en la misma cama que mi
abuela.
Fue una buena elección. El colchón era blando y
tibio. Las sábanas de hilo tenían bordadas sus
iniciales.
La comodidad era importante considerando que pasé los
últimos meses de mi vida postrada en ella y con el cuerpo lleno
de escaras.
Esta inmovilidad fue mi propia decisión. La tomé una
tarde en que se me agotó la paciencia. Llegué cansada del
trabajo y lo único que quería era sentarme tranquila a ver una
novela turca. Pero al abrir la puerta, el Negro, gato de mis
sobrinas e igual de flojo que ellas, salió disparado.
—¡Pero tía! ¿Cómo se le ocurre dejar salir al Negro?
¡Pucha que la embarró! ¿No sabe que los gatos se crían indoor?
—dijeron a coro.
Iba a comenzar a darles excusas cuando las vi echadas
en el sofá. Tan cómodas las lindas y con la casa tan sucia, que
la cara me ardió de rabia. Me metí a la cama y no me moví más.
Había cuidado lo suficiente de ellas y ya estaban grandecitas
como para devolverme el favor.
—Tía ¿Qué le pasa? ¡Déjese de leseras pues! ¡Tiene que ir
a trabajar! —me gritaron al otro día desde la cocina.
Yo nada. Calladita más bonita.
A la tarde me encontraron en la misma posición.
Me levantaron como pudieron y me llevaron a urgencias.
Después de una larga revisión el doctor les dijo que mi
inmovilidad tenía que ser un problema mental porque
físicamente estaba tiqui taca.
Peregrinaron conmigo en varias consultas de psiquiatras.
Yo ponía el cuerpo rígido para que no pudieran trasladarme. Al
final desistieron y se pusieron de acuerdo: una debía darme la
comida en la boca y la otra lavarme el cuerpo.
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