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MATHIS
Esta noche, ha esperado a que su padre se encierre en el despacho y a que su
madre esté sola en el salón. Se ha preparado bien.
Respira una vez más.
—Una cosa, el sábado vamos a la Philharmonie, con el señor Châle.
Ella se sorprende, se lo esperaba.
—Ah, ¿y eso desde cuándo? ¿No habíais ido ya?
—No, fuimos a la Ópera Garnier. ¿No te acuerdas? Lo pone en el papel
que firmaste el otro día, si hasta diste el dinero.
—¿Y dónde está ese papel?
—Se lo devolví al señor Châle, porque tiene que conservar la autorización
de los padres.
La madre se detiene un instante (desde hace dos días, se pasa el tiempo
separando bártulos como si estuvieran a punto de ser expulsados del piso).
Mathis siente decenas de insectos que rebullen en su estómago, ruega a Dios
que ella no los oiga.
Su madre parece perpleja. Pero él tiene previstas todas las preguntas.
—¿Un sábado por la noche?
—Pues sí, porque el colegio ha conseguido unas entradas, gracias a un
grupo de jubilados que han renunciado. El señor Châle dice que es una gran
oportunidad, aunque los asientos queden lejos del escenario.
—¿Con toda la clase?
—No, solo los de la opción música.
—¿Y qué escucharéis?
—A la Grande Orchestre de París. Henry Purcell y Gustav Mahler.
Ha previsto los detalles: cómo irán, cómo volverán, qué profesores los
acompañan. Su madre es la clase de madre capaz de creerse que organizan
salidas a la Philharmonie un sábado por la noche.
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