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Las lealtades - Delphine de Vigan

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Mathis sabe hasta qué punto el silencio de Théo impresiona a los demás.

Tanto a las chicas como a los chicos. Théo habla poco, pero no es de los que

se dejan avasallar. Los compañeros lo temen. Lo respetan. No se ha visto

obligado nunca a pegarse, ni siquiera a amenazar. Hay algo en su interior que

ruge, que disuade de cualquier ataque o comentario. A su lado, Mathis goza

de su protección, no corre peligro.

Este año, el día de la vuelta a clase, cuando Mathis ha descubierto en el

tablero que volvían a estar en la misma clase, ha sentido un inmenso alivio. Si

se lo hubieran preguntado, no habría sabido decir si se sentía aliviado por sí

mismo o por Théo. Ahora, unos meses después de la vuelta a clase, su amigo

le parece todavía más sombrío. A veces le da la sensación de que Théo

interpreta un papel, de que finge. Está allí, junto a él, pasa de una a otra aula,

hace cola en el comedor, ordena sus cosas, su taquilla, su bandeja, pero en

realidad se halla al margen de todo. Y en ocasiones, cuando se separan

delante del Monoprix, cuando deja que Théo se encamine hacia el metro, se

extiende por su pecho una aprensión difusa que le corta el respiro.

El dinero se lo roba Mathis a su madre. Su madre no desconfía. Deja

tirado el bolso. Le coge monedas, nunca billetes. Lo hace con prudencia; una

o dos cada vez, no más. Les bastaba para las petacas: cinco euros el ron La

Martiniquaise, seis euros el vodka Poliakov. Van a la pequeña tienda de

ultramarinos del final de la calle, sale un poco más caro que en otros sitios,

pero no hacen preguntas. Para las botellas grandes es preferible pasar por

Baptiste, el hermano de Hugo, que estudia primero en el instituto de al lado.

No es mayor de edad pero aparenta más años de los que tiene. Puede ir al

supermercado sin que le pidan el carnet de identidad, les reclama una

pequeña comisión. Los días buenos, les hace precio de amigo.

Mathis lo oculta todo en una caja de ébano que le regaló su hermana.

Como el interior estaba forrado con una tela floreada le parecía que quedaba

más como un objeto de chica, pero la caja tiene la ventaja de poder cerrarse

con llave y alberga hoy su botín.

Mañana, después del comedor, tienen una hora de estudio. Si no hay nadie

en el pasillo, se deslizarán en su escondite para tomarse el ron que compraron

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