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Las lealtades - Delphine de Vigan

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a paseo, así, sin preámbulos: métase en sus asuntos.

Adoptó una voz dulce y firme, que debía de producir su efecto en el

ámbito profesional.

—Mi hijo está muy bien. Es un adolescente al que le cuesta dormir y que

pasa demasiado tiempo ante las pantallas, como todos los jóvenes de su edad.

No soy de las que se dan fácilmente por vencidas.

—Para doce años, es un poco joven.

—Cumplirá trece dentro de unos días.

—¿Tiene usted idea de la vida que lleva cuando está con su padre? ¿Tiene

horarios regulares?

Tomó aire antes de contestarme.

—Mi marido me abandonó hace seis años y no mantenemos ya ningún

contacto.

—¿Ni siquiera para hablar de Théo?

—No. Es mayor. Está en custodia compartida.

—¿Ese tipo de custodia le conviene?

—Mi exmarido lo quiso así para reducir la pensión alimenticia, que por

cierto ha dejado de pagar.

Sentía que me asaltaba una ira ciega contra aquella mujer, me invadía algo

oscuro y feroz que no podía contener. Percibía tras su frágil apariencia la

solidez de aquel cuerpo, me entraron ganas de verla retroceder a sus zonas

protegidas, de sentirla doblegarse.

—Se niega usted a que Théo participe en las salidas escolares. Es una

pena, porque las salidas son un momento importante para la cohesión de la

clase.

Su sorpresa era tal que difícilmente podía ser fingida.

—¿Me está diciendo que no participa en las salidas?

—No. En ninguna.

Quería ir más lejos, sacarla de sus casillas.

—Si es un problema económico puede pedir una ayuda a la oficina…

Alzó la voz para interrumpirme.

—No es un problema de dinero, señora Destrée. Pero cuando está en casa

de su padre, a quien le toca pagar es a su padre.

Dejé que resonaran las palabras unos segundos.

—Al director le extraña también que no vaya usted nunca a las reuniones

de padres y profesores.

—No voy porque no puedo arriesgarme a encontrarme allí con mi

exmarido… No… No podría soportarlo.

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