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Las lealtades - Delphine de Vigan

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tenía sin duda vínculos con aquel lugar del que conocía todos los entresijos.

Fue ella quien los guio a través de las avenidas y repartió los tickets, y su

padre la miraba con tal devoción que Théo concluyó que el jardín entero le

pertenecía.

Pero el día siguiente, cuando volvió con su madre, le dolía la barriga. Se

sentía triste. Culpable. Se había reído con aquella mujer, aceptado sus regalos.

Algo azucarado y pringoso se le había quedado pegado a las manos.

Al principio, cuando volvía de casa de su padre, su madre le hacía

preguntas. Como quien no quiere la cosa, como si él no fuera capaz de

detectar sus estratagemas, mediante rodeos y circunloquios cuya intención él

percibía perfectamente, su madre intentaba obtener información.

Para tener que contar lo menos posible, Théo fingía no entender las

preguntas, o contestaba con evasivas.

En aquella época, su madre se echaba a llorar por las buenas, sin avisar,

porque no conseguía abrir la tapa de un tarro de confitura, porque no

encontraba un objeto que había desaparecido, porque no funcionaba el

televisor, porque estaba cansada. Y cada vez le parecía recibir el sufrimiento

de su madre en su propio cuerpo. Tan pronto era una descarga eléctrica como

un corte o un puñetazo, pero siempre sufría su propio cuerpo la repercusión

del dolor para absorber su parte.

Al principio, cada vez que volvía de casa de su padre, le preguntaba: ¿Te

lo has pasado bien? ¿No has llorado? ¿Has pensado en mamá? Habría sido

incapaz de explicar por qué, pero se sentía atrapado de inmediato. No sabía si

debía tranquilizar a su madre diciéndole que todo había ido bien o por el

contrario asegurar que se había aburrido y la había echado de menos. Un día

en que Théo debía de parecer demasiado alegre después de haber pasado la

semana en el otro lado, el rostro de su madre cobró una expresión

horriblemente triste. Enmudeció, y a él le dio miedo que volviera a echarse a

llorar. Pero al cabo de unos minutos le dijo en un susurro:

—Lo importante es que seas feliz. Mira, si no me necesitas, me voy a ir.

De viaje, quizá. A descansar.

Théo aprendió muy pronto a interpretar el papel que se esperaba de él.

Palabras vertidas con cuentagotas, expresión vaga, mirada gacha. Escurrirse.

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