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Las lealtades - Delphine de Vigan

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Quería saber si lo de hablar sola me sucedía ya de jovencita, cuando

estudiaba, por ejemplo. O al poco de casarme. O cuando dejé de trabajar.

Estoy segura de que no.

«Verá, no es un problema en sí, mucha gente habla sola», me dijo el

doctor Felsenberg. «Pero sí lo es para usted, puesto que lo saca a relucir».

Quería que me lo planteara. Decidió que meditaríamos juntos sobre la función

de esos diálogos entre yo y yo.

Necesité varias sesiones para cobrar conciencia (y admitir) de que la voz

apareció al poco de descubrir lo que descubrí en el ordenador de mi marido. Y

unas cuantas sesiones más para evocar de manera explícita ese

descubrimiento en la consulta del doctor Felsenberg.

Lo que vi aquel día, y los días siguientes, cuando comencé a indagar, no

puedo formularlo más que con medias palabras, con perífrasis, soy incapaz de

escribirlo con pelos y señales.

Porque las palabras son inmundas y destilan terror.

Anoche, al volver a casa, me encontré con Mathis y su amigo.

Normalmente, a esa hora, tenían que haber estado en clase. Mi hijo aseguró

que el profesor de música no había ido, enseguida me di cuenta de que

mentía.

Estaban raros. Los dos. A Mathis no le gusta que entre en su habitación,

así que permanecí en el umbral de la puerta, esperando, intentando

comprender lo que no cuadraba. Estaban sentados en el suelo, todo estaba

ordenado, no había juegos ni libros a la vista, me pregunté qué tramaban.

Théo miraba al suelo. Fijaba la vista en un punto de la moqueta como si

observara una colonia de insectos microscópicos que solo él podía ver.

Tengo un problema con ese chico. A decir verdad, no me gusta. Sé que es

horrible pensar eso, no es más que un niño de doce años, diría que bien

educado en conjunto, pero hay algo en él que me incomoda. Me he guardado

muy mucho de decírselo a Mathis, que lo venera como si poseyera poderes

sobrenaturales, pero no, no consigo congeniar con él. No acabo de entender lo

que ve en él. Cuando estaba en primaria, Mathis tenía un amigo que me

encantaba. Se llevaban de maravilla, nunca se peleaban. Pero el niño se mudó

en el último curso de primaria.

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