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Quería saber si lo de hablar sola me sucedía ya de jovencita, cuando
estudiaba, por ejemplo. O al poco de casarme. O cuando dejé de trabajar.
Estoy segura de que no.
«Verá, no es un problema en sí, mucha gente habla sola», me dijo el
doctor Felsenberg. «Pero sí lo es para usted, puesto que lo saca a relucir».
Quería que me lo planteara. Decidió que meditaríamos juntos sobre la función
de esos diálogos entre yo y yo.
Necesité varias sesiones para cobrar conciencia (y admitir) de que la voz
apareció al poco de descubrir lo que descubrí en el ordenador de mi marido. Y
unas cuantas sesiones más para evocar de manera explícita ese
descubrimiento en la consulta del doctor Felsenberg.
Lo que vi aquel día, y los días siguientes, cuando comencé a indagar, no
puedo formularlo más que con medias palabras, con perífrasis, soy incapaz de
escribirlo con pelos y señales.
Porque las palabras son inmundas y destilan terror.
Anoche, al volver a casa, me encontré con Mathis y su amigo.
Normalmente, a esa hora, tenían que haber estado en clase. Mi hijo aseguró
que el profesor de música no había ido, enseguida me di cuenta de que
mentía.
Estaban raros. Los dos. A Mathis no le gusta que entre en su habitación,
así que permanecí en el umbral de la puerta, esperando, intentando
comprender lo que no cuadraba. Estaban sentados en el suelo, todo estaba
ordenado, no había juegos ni libros a la vista, me pregunté qué tramaban.
Théo miraba al suelo. Fijaba la vista en un punto de la moqueta como si
observara una colonia de insectos microscópicos que solo él podía ver.
Tengo un problema con ese chico. A decir verdad, no me gusta. Sé que es
horrible pensar eso, no es más que un niño de doce años, diría que bien
educado en conjunto, pero hay algo en él que me incomoda. Me he guardado
muy mucho de decírselo a Mathis, que lo venera como si poseyera poderes
sobrenaturales, pero no, no consigo congeniar con él. No acabo de entender lo
que ve en él. Cuando estaba en primaria, Mathis tenía un amigo que me
encantaba. Se llevaban de maravilla, nunca se peleaban. Pero el niño se mudó
en el último curso de primaria.
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