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Las lealtades - Delphine de Vigan

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Antes, su padre trabajaba demasiado. Volvía tarde de la oficina, se pasaba

las veladas al ordenador, se acostaba tarde. Un día, lo pusieron de patitas en la

calle. Poner de patitas en la calle. Siempre se imaginó a su padre tumbado

boca abajo, inmovilizado en el suelo bajo la bota del superior jerárquico, en

señal de victoria o de dominio. En realidad, aquello significaba que a su padre

no se le permitía volver a su trabajo, dejaba de tener acceso a sus dosieres y a

su ordenador. ¿Había cometido una falta? ¿Un grave error? Théo era

demasiado pequeño para que su padre le explicase lo ocurrido, pero se le

quedó grabada aquella imagen de la terrible humillación con la que lo habían

aniquilado.

Durante unos meses, su padre buscó trabajo. Poseía una formación que le

permitía ampliar sus competencias, había reanudado las clases de inglés.

Acudía a citas, concertaba entrevistas.

Pero poco a poco los contactos que su padre seguía manteniendo con el

exterior fueron remitiendo y todo cuanto lo vinculaba con los demás, todo

cuanto permitía esperar que algún día reemprendería alguna actividad, todo

cuanto lo obligaba a salir de casa se quebró. Théo no reparó en ello

enseguida, porque esa ruptura —contrariamente a la de sus padres, que les

había llevado a destrozarse durante meses, a través de abogados, en una lucha

sin tregua de la que él había sido el testigo reducido al silencio— se efectuó

sin drama, sin escándalos. Al principio, su padre comenzó a vegetar más

tiempo en casa, por las mañanas, por las tardes. Le encantaba pasar el rato con

él. Salían a dar paseos en coche, su padre conducía con una mano, relajado, y

decía ¿a que estamos bien los dos? Planeaba llevarlo a Londres, o a Berlín,

cuando hubiera reflotado su economía. Hasta que dejó de conducir por falta

de gasolina para el coche. Y luego dejó de salir del edificio. Y entonces

vendió el coche. Y a continuación limitó al máximo sus salidas fuera de la

cama o del sofá del salón. Ahora, por cien euros al mes, cede la plaza de

parking a su vecino, lo que supone una parte importante de sus ingresos.

Cuánto hace que dejaron de dar paseos, de jugar a los Mil Hitos o a las

carreras de caballos, cuánto que su padre no prepara una cena, enciende el

horno, cuánto que no sube él mismo las persianas, lava la ropa blanca, baja la

basura, Théo ha perdido la cuenta.

Cuánto hace que no vienen su abuela, su abuelo, su tío y su tía, cuánto que

su padre toma medicamentos, se pasa el día dormitando, prácticamente ya no

se lava, cuánto que a veces tienen que comer toda una semana con veinte

euros, también ha perdido la cuenta.

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