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XVI. GERMÁN. ¿Cómo explicar, pues, que, aun a pesar nuestro, y lo que es más, sin

advertirlo, los pensamientos inútiles se deslizan en nosotros de una manera tan sutil y

solapada, que no sólo constituye una gran dificultad rechazarlos, sino incluso tener

conciencia de ellos y reconocerlos? ¿Es posible que nuestra mente pueda algún día

hallarse libre de estas miserias y no verse sorprendida jamás por esta especie de

ilusiones?

XVII. MOISÉS. Es ciertamente imposible que la mente no se vea envuelta en múltiples

pensamientos; pero aceptarlos o rechazarlos sí que es posible al que se lo propone.

Aunque su nacimiento no depende enteramente de nosotros, está desde luego en nuestra

mano el darles acogida o soslayarlos[53].

Sin embargo, aunque hemos dicho que es imposible que la mente no se vea asaltada

por múltiples pensamientos, no hay que achacarlo todo de una manera absoluta a la

violencia de sus asaltos, ni a los malos espíritus que intentan introducirlos en nosotros. Si

así fuera, no quedaría en el hombre libre albedrío ni habría en nosotros poder alguno

para reformarnos. Por el contrario, digo que depende en gran parte de nosotros el

corregir y aquilatar nuestros pensamientos y hacer que crezcan en nuestro corazón los

santos y espirituales o que prevalezcan los terrenos y carnales.

Por eso nos valemos de ordinario de la lectura asidua y de la meditación de las

Escrituras, para brindarnos la ocasión de procurar a nuestra memoria pensamientos

divinos. De ahí también el canto repetido de los salmos para que se nos dé materia de

constante compunción. De ahí, finalmente, la asiduidad de las vigilias, ayunos y

oraciones, para que la mente así purificada pierda el gusto de las cesas terrenas y

contemple las celestiales. En cambio, si por nuestra negligencia echamos en olvido estos

ejercicios, preciso es que nuestra alma se vea envuelta en las tinieblas de los vicios e,

inclinándose del lado de la carne, se precipite al cabo en sus abismos.

XVIII. Esta tarea del corazón puede compararse, no sin motivo, a la muela del molino que

gira veloz a impulsos de una rápida corriente. Bajo la acción incesante del agua, no

puede estar queda ni dejar de accionar en su labor. Sin embargo, está en manos del

molinero hacer que molture a su placer el trigo, centeno o cebada. Y es lo cierto, que la

rueda no triturará sino lo que tendrá a bien introducir aquel a quien incumbe este

cometido.

Así, también el alma se siente como prensada en la vida presente. De todas partes los

torrentes de la tentación se precipitan sobre ella y le imprimen un movimiento, que no es

otra cosa que un flujo incesante de pensamientos de que no puede sustraerse. Pero qué

pensamientos le será lícito aceptar y cuáles deberá procurarse, esto depende de su celo y

de su diligencia.

Pues si, como dijimos, recurrimos a la meditación constante de las Escrituras, y

evocamos en nuestra mente el recuerdo de las realidades sobrenaturales, así como el

deseo de la perfección y la esperanza de la futura bienaventuranza, necesariamente los

pensamientos que nacerán de ahí no podrán menos de ser espirituales y mantendrán al

alma en las alturas en que habrá vivido por la meditación. Pero si, cediendo a la desidia y

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