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IV. No sólo llama el Apóstol a la discreción lámpara de nuestro cuerpo, sino que la

designa también con el nombre de sol, según aquello: «El sol no se ponga sobre vuestra

iracundia»[10]. También se dice de ella que es el gobernalle de nuestra vida: «Quienes

no tienen dirección, caen como hojas»[11]. Se la llama asimismo, con razón, el consejo,

sin el cual nos prohíbe la Escritura hacer nada absolutamente, hasta el punto de que,

incluso al beber el vino espiritual, «que alegra el corazón del hombre»[12], quiere que lo

hagamos con la mesura de la discreción: «Hazlo todo con consejo, con consejo bebe el

vino»[13]. Y en otro lugar: «Como ciudad destruida en sus muros y sin defensa, así es el

hombre que obra sin consejo»[14]. Este último texto nos dice claramente en el símil que

nos ofrece, hasta qué punto resulta perjudicial al monje la falta de esta prudencia, puesto

que se le compara a una ciudad devastada y sin murallas.

En ella radican la sabiduría, la inteligencia y el juicio, sin los cuales nos será

imposible edificar nuestra morada interior y amontonar las riquezas espirituales, según

aquellas palabras: «Con la sabiduría se edifica la casa, y con la prudencia se consolida;

con la ciencia se hinchen sus despensas de todo lo más preciado y deleitoso»[15]. Ella es

el alimento sólido y sustancial reservado únicamente a los hombres hechos y robustos:

«El manjar sólido es para los perfectos, los que, en virtud de la costumbre, tienen los

sentidos ejercitados en discernir lo bueno de lo malo»[16]. Tan necesaria es y de tal

precio, que la compara la Escritura a la palabra y poder del mismo Dios. Lo dice san

Pablo: «La palabra de Dios es viva, eficaz y tajante, más que una espada de dos filos, y

penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y

discierne los pensamientos y las intenciones del corazón»[17]. De todos estos pasajes se

desprende claramente que sin la gracia de la discreción no puede la virtud ser estable ni

perfeccionarse.

Por todo lo que antecede, decidieron de común acuerdo el santo abad Antonio y todos

los que habían ido a verle, que la discreción es lo que conduce al monje con paso firme y

sin vacilación hacia Dios, y conserva para siempre intactas las mismas virtudes a que se

habían referido. Pues, gracias a ella, se sube con menos fatiga la cuesta arriba de la

perfección, a donde, sin su concurso, muchos no hubiesen podido llegar a pesar de sus

continuos esfuerzos. En consecuencia, quedó confirmado que la discreción es la madre,

guarda y moderadora de todas las virtudes.

CAÍDAS DE ALGUNOS MONJES POR FALTA DE DISCRECIÓN

V. Y para cumplir mi promesa de confirmar con ejemplos recientes la doctrina aprobada

ya de antiguo por san Antonio y los otros Padres, acordaos de lo que no ha mucho visteis

con vuestros propios ojos: cómo el anciano Herón fue víctima de una ilusión diabólica y

precipitado de un estado de gran penitencia hasta el más profundo abismo. Él había

permanecido cincuenta años en este desierto —lo recuerdo perfectamente—,

conservando de continuo una fidelidad a toda prueba, y había amado como nadie el

retiro de la soledad con un fervor admirable. ¿Cómo, pues, sufridas tantas penalidades,

pudo él dejarse alucinar por el tentador y tener esta grave caída, que nos ha llenado a

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