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Jerusalén sólo con ánimo de examinar y cotejar con sus hermanos y predecesores en el
apostolado, en una especie de examen privado y fraternal, la doctrina del Evangelio que
él anunciaba a los gentiles, y esto después de verse asistido por la gracia del Espíritu
Santo, que acompañaba su predicación con señales y prodigios. «Y yo les expuse —dice
— el Evangelio que predico entre los gentiles…, por temor de correr o haber corrido en
vano»[36].
¿Quién será tan presuntuoso y ciego que ose fiarse de su solo juicio y parecer, cuando
este vaso de elección atestigua que tuvo necesidad de consultar con sus hermanos de
apostolado? Tenemos aquí una prueba fehaciente de que el Señor no muestra a nadie
directamente la senda de la perfección, si, teniendo ancianos que se la enseñen,
menosprecia su doctrina y magisterio. Este tal no hace caso de aquella palabra de la
Escritura que querría el Señor se observara con celo: «Pregunta a tu padre, y te enseñará;
a tus ancianos, y te dirán»[37].
HAY QUE TENDER A LA DISCRECIÓN
XVI. Hemos de procurar, pues, con empeño, adquirir el bien de la discreción, mediante la
virtud de la humildad. Es la única que puede preservarnos de las extralimitaciones, tanto
en el vicio como en la virtud, o, lo que es lo mismo, librarnos de las faltas, tanto por
exceso como por defecto. No es nuevo el proverbio: ακροτητες ισοτητες —los excesos
son iguales—. Dicho de otra manera: los extremos se tocan. El ayunar demasiado y el
comer más de lo justo tienen, en definitiva, el mismo resultado y conducen a un mismo
fin. Las vigilias inmoderadas no son menos desastrosas para el monje que la pesadez de
un sueño prolongado. Y es que las privaciones inmódicas debilitan al hombre hasta
sumirle en un estado de total postración y apatía. He visto con frecuencia a algunos que,
habiendo salido victoriosos ante las seducciones de la gula, cayeron fatalmente a
consecuencia de ayunos desmedidos. Volvieron al vicio que habían vencido de regalarse
en demasía, al darse cuenta de la extrema debilidad a que les había reducido la
abstinencia. Otros han caído por haberse entregado más de lo debido a las vigilias
indiscretas, pasando noches enteras sin pegar los ojos, cuando el mismo sueño no había
antes triunfar de su constancia.
Por tanto, según dice el Apóstol, «con las armas de la justicia a diestra y a
siniestra»[38], guardemos las formas y actitudes razonables. Tomando por norma de
vida la discreción, mantengámonos siempre a igual distancia de ambos extremos, sin
decantarnos a derecha ni a izquierda. De modo que no abandonando por una parte la
práctica de la abstinencia, establecida por nuestros Padres, no caigamos por otra,
víctimas de una funesta relajación, en los vicios de la gula y la intemperancia.
XVII. De mí sé decir, que a menudo sentía tal inapetencia en la comida, que después de
dos o tres días transcurridos sin probar alimento, apenas si me pasaba por la mientes el
deseo de los manjares. También me acontecía tenerme el enemigo desvelado y hacerme
tan imposible el sueño, que me obligaba a implorar noche y día al Señor la gracia de
algunos instantes de reposo. Ahora bien, he podido comprobar que esta repugnancia
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