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con una pincelada maestra las preferencias de cada uno de ellos, su idiosincrasia, sus

virtudes más características. Así, por ejemplo, de Pafnucio nos dice: «Entre aquella

pléyade de santos vimos brillar al abad Pafnucio con el resplandor de una ciencia

singular, semejante a la claridad de una luz deslumbradora»[7]. Al abad Daniel le llama

«paladín de la filosofía cristiana»[8]. Del abad Sereno escribe bellamente: «Su vida era

un fiel trasunto de la serenidad que expresaba su nombre»[9]. Del centenario Cheremón

afirma que «se traslucía en él toda la candidez de la infancia»[10]. Y así, de cada uno de

ellos nos va dando una idea, sucinta, sí, pero global, que pone al lector en conocimiento

de aquellos ancianos venerables. Nos hacemos a la idea —a medida que vamos leyendo

la obra de Casiano— de que estamos oyendo de los mismos labios de estos varones

espirituales la doctrina monástica que han vivido de antemano en el desierto.

Si a ello se unen las descripciones topográficas que prodiga el autor —como cuando

nos pinta la vastedad del desierto egipcio, el ambiente de paz de Escete, la soledad

inhóspita de la Tebaida, que es, al mismo tiempo, cuna y tumba de aquellos solitarios—,

tenemos la grata impresión de revivir las circunstancias y situaciones de aquel mundo

monástico en que se hallaron un día los dos monjes peregrinos. Y es que Casiano tiene el

don de hacerse interesante, de insinuarse en el alma de los lectores e inocularles, merced

a sus dotes de escritor, las ideas madres que bebe directamente de sus interlocutores. En

este sentido puede llamársele con justo título intérprete de los Padres del yermo.

ESQUEMA IDEOLÓGICO

Las Colaciones constan de tres partes, al frente de las cuales figura su respectivo

prefacio, original de Casiano. Los tres grupos de conferencias están estrechamente

coordinados.

Como se componen de veinticuatro, en la última el autor subraya el carácter simbólico

de este número, que evoca a los veinticuatro ancianos del Apocalipsis. Es que redacta la

obra como en homenaje ofrecido al Cordero Salvador[11]. Casiano vuelve

reiteradamente sobre los mismos temas y toca a menudo los puntos de vista de los

sucesivos Padres. Y ahí estriba tal vez el defecto que podría achacársele: que repite una y

otra vez las mismas ideas, insistiendo hasta la saciedad en ciertos puntos de doctrina,

como si temiera no haberlos esclarecido suficientemente. No obstante, a pesar del

aparente desorden a que dan lugar tales repeticiones, las tres partes —que comprenden

respectivamente, diez, siete y siete colaciones— forman un todo cuyo esquema

ideológico es:

Primera parte: Consta de diez conferencias (i-x), escritas, como las Instituciones, a

instancias del obispo Cástor. No obstante, como este, en el ínterin, había fallecido, van

dedicadas al obispo Leoncio, hermano de Cástor, y al solitario Heladio. Estas

conferencias corresponden al largo periodo que pasó el autor en el desierto de

Escete[12].

A. Fin del monje y medios de alcanzarlo (Col. I-III):

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