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La desazón no me permitía hacer otra cosa que esperar la próxima visita que<br />

parecía alejarse día a día. Las horas alargaban eternamente la semana. Tal vez<br />

se tratara de una recuperación pasajera y yo estuviera desperdiciando la ocasión<br />

de hablar con mi padre y así conocer un poco más de mi niñez. Decidí<br />

no perder el tiempo y conseguí un día de asuntos propios en la empresa, a<br />

cambio de dos días de vacaciones y una bronca asegurada con mi mujer que<br />

consideraba del género fantástico las historias de papá, a las que yo estaba<br />

totalmente entregado.<br />

Todo fue en vano, pues mi padre se dedicó durante dos horas a mover la cabeza<br />

sin sentido y a mirar a la nada. El médico me explicó que se trataba de<br />

episodios pasajeros de lucidez y mejoría e insistió en que abandonara la esperanza<br />

de una recuperación milagrosa. Su cerebro, del mismo modo que una<br />

vela al consumirse, nos regalaba una última luz fulgurante.<br />

Al domingo siguiente papá estaba apático y decaído, mostrándose ajeno a<br />

todo lo que le rodeaba. Su rigidez se había acentuado. La enfermera me recomendó<br />

que no viajáramos ese día, pero de forma egoísta me negué a perder<br />

la oportunidad de volver a escuchar parte de mi historia por boca de mi padre,<br />

y para ello teníamos que desplazarnos al bar donde milagrosa y únicamente<br />

él volvía a ser el de antes.<br />

Había demasiada bulla y resultó imposible sentarnos en el lugar habitual. Conseguimos<br />

una mesa al lado de una estantería desde la que nos observaba,<br />

con ojos desencajados, el busto de un niño pretérito. La cabeza de un monaguillo<br />

de cartón piedra que durante muchos años sostuvo el cepillo petitorio<br />

a la entrada de la iglesia. Papá se mostró especialmente nervioso, comenzó a<br />

sudar y tiró de un manotazo la caña de cerveza sobre el mantel de hilo. Pedí<br />

excusas al camarero, que nos miraba desde la barra con curiosidad. Papá miró<br />

con recelo la escultura del desconcertante niño de ojos estrábicos y exclamó<br />

con inquietud:<br />

–Encontré al niño junto a su madre muerta. La miraba con ojos desencajados. Ella<br />

no compartió con nadie la enfermedad que la carcomía por dentro y se fue sin avi-<br />

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