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aja tiene la cocina, con gas suficiente para unos quince días de uso intensivo.<br />
Durante el último mes de vida, su tía me recordó insistentemente que le indicara<br />
cuál es la llave de la caja de caudales, donde nunca se guardó dinero,<br />
ya que no tiene combinación y no es mucho más segura que el cajón de un<br />
escritorio, pero me dijo que hay allí algunas cosillas que estarían esperándole<br />
a usted. Como puede ver, las llaves están todas claramente identificadas.<br />
Encontrará la caja fuerte empotrada en un ángulo del estudio, en la segunda<br />
planta, y si necesita de mis servicios, por favor, no dude en telefonearme”.<br />
En cuanto Mestre se marchó abrí las puertas del salón, encendí las luces y por<br />
poco perdí el pulso ante la visión del autorretrato de Elisa. La turbación del<br />
pobre hombre debió haber sido mayúscula, habida cuenta de la mía, pese a<br />
estar de sobra acostumbrada a nuestro parecido. Sin embargo, era precisamente<br />
el verismo de la obra el que certificaba la inequívoca identidad de Elisa<br />
Zumaya en esa mirada que parecía beberse el mundo de un trago, atizando el<br />
fuego interior que la iluminaba.<br />
Subí de dos en dos los escalones hasta la segunda planta, toda ella una gran<br />
sala luminosa y casi vacía donde poco quedaba del estudio de Elisa. Era evidente<br />
que habían unido dos de las antiguas ventanas, conformando una de<br />
grandes proporciones, y reforzado los antiguos dinteles con vigas de acero,<br />
cubiertas con un faldón de madera tallada. Cerca del ventanal había un robusto<br />
caballete para cuadros de mediano formato, y en la pared opuesta,<br />
un sistema de soportes correderos para exponer varios lienzos. El parqué<br />
conservaba unos pocos rastros de pintura, apenas insinuados luego de una<br />
limpieza concienzuda, y todo estaba esmeradamente recogido: unos cuantos<br />
bastidores enfilados junto a una de las paredes, botes de pintura ordenados<br />
por gamas de colores en sus estanterías, y sobre una gran mesa que ocupaba<br />
el centro de la habitación, unas cuantas cajas de plástico translúcido que dejaban<br />
entrever pinceles ordenados por tamaños y grosores. En una esquina de<br />
la pared opuesta a la puerta de entrada, bajo una repisa de madera que unía<br />
ambas paredes en diagonal, estaba la caja de caudales en su nicho de cemento.<br />
Mestre quizá había subestimado la facilidad de apertura del armatoste, o<br />
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