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Todo o nada trae la figura de Eduardo Galeano, poeta uruguayo que escribía
“para quienes no pueden leerme, los de abajo, los que esperan hace siglos en la
cola de la historia” a los que congrega Dirbi como los nada de nada para nadie
ayer hoy mañana //que van afinándose en sombras cada vez más transparentes
más sutiles hasta que desaparecen de los umbrales los templos las bocacalles y
podemos afirmar orgullosamente que llegamos al grado cero de la pobreza.
Enlazado aún a esta realidad llega el siguiente poema Los niños brillantes
centellean en el piso reluciente del shopping // los niños que brillan saltan y
corren //y los padres los miran orgullosos de sus luces //queda su estela de
refulgencias // y me atraviesa un relámpago de madrugadas de hospital de
caseríos helados una primaveral eclosión de pobreza y hambre para cerrar de
forma soberbia y encendida sin otro destello que la reverberación de la luz en
todas aquellas lágrimas.
A Dirbi no le pasan desapercibidos los silencios descarnados, esos que no se
quieren oír porque tienen millones de bocas, de los cuales apartamos los
sentidos y que no cesan de perseguirnos con su vaho maloliente, a quien le
extrañaría su ausencia quien añoraría el roce de sus manos// el hombre duerme
se desechó/en esa esquina cubrió su descampado con bolsas de consorcio
ajadas negras.
A la poeta Gladys Cepeda, se destina Visita al Borda, escenografía a la que el
lector injerta la nocturna brisa shakesperiana y la tarde en la alameda del mural
de Rivera, hasta el humo de los cigarros acerca el aroma, el clima, el latido que
aguarda en el neurosiquiático porteño donde carteles con leyendas aseguran
que “la curiosidad salva al hombre”, inquieta búsqueda que habrá de abrirse
plena en El espacio social Tengo los ojos llenos de ojos que parpadean
desengaños un río de sangre en la sangre// no queda espacio para mí.
Cierra el poemario, Versos de la triste figura –A don Quijote, que supo leer el
alma de Cervantes–, apartado donde están las verdades sin abrir en los armarios
quizá esperando el tiempo de invierno donde vencen cuando somos viejos y no
podemos batallar. La sombra-estilete de la madre traspasa la infancia y hiere
como la hoja de afeitar entre las tablas que parte en pedazos la intemperie de la
infancia, dos poemas sublimes, el primero inspirado en versos de la poeta Flora
Levy y el segundo rememorando aquel horror que escondía hojas de afeitar en
los toboganes de las plazas. La figuración de herida, acero, filo, tajo, vuelve a
estar presente mi abuela cantaba todo el día canciones de siempre y de nunca
brotadas del río recurrente de su tristeza de la punta filosa// su canto
atravesaba la semana como una espina// para que nadie la oyera maldecir sus
crepúsculos gastados ni su niebla ni sus copas quebradas.
Una caja de fotos que guardé lejos de mi ojos para no recordar devana los
años y los gestos que una cámara dispara para eternizarlos en simulacro //solo
una cámara podía unirnos//allí mi pelo de otro tiempo allí tus manos de otra
vida//fotos de falsedad//mentiras sobre nuestras cabezas//cartón pintado lo
nuestro amor de cotillón.