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revista noviembre 2020

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Todo o nada trae la figura de Eduardo Galeano, poeta uruguayo que escribía

“para quienes no pueden leerme, los de abajo, los que esperan hace siglos en la

cola de la historia” a los que congrega Dirbi como los nada de nada para nadie

ayer hoy mañana //que van afinándose en sombras cada vez más transparentes

más sutiles hasta que desaparecen de los umbrales los templos las bocacalles y

podemos afirmar orgullosamente que llegamos al grado cero de la pobreza.

Enlazado aún a esta realidad llega el siguiente poema Los niños brillantes

centellean en el piso reluciente del shopping // los niños que brillan saltan y

corren //y los padres los miran orgullosos de sus luces //queda su estela de

refulgencias // y me atraviesa un relámpago de madrugadas de hospital de

caseríos helados una primaveral eclosión de pobreza y hambre para cerrar de

forma soberbia y encendida sin otro destello que la reverberación de la luz en

todas aquellas lágrimas.

A Dirbi no le pasan desapercibidos los silencios descarnados, esos que no se

quieren oír porque tienen millones de bocas, de los cuales apartamos los

sentidos y que no cesan de perseguirnos con su vaho maloliente, a quien le

extrañaría su ausencia quien añoraría el roce de sus manos// el hombre duerme

se desechó/en esa esquina cubrió su descampado con bolsas de consorcio

ajadas negras.

A la poeta Gladys Cepeda, se destina Visita al Borda, escenografía a la que el

lector injerta la nocturna brisa shakesperiana y la tarde en la alameda del mural

de Rivera, hasta el humo de los cigarros acerca el aroma, el clima, el latido que

aguarda en el neurosiquiático porteño donde carteles con leyendas aseguran

que “la curiosidad salva al hombre”, inquieta búsqueda que habrá de abrirse

plena en El espacio social Tengo los ojos llenos de ojos que parpadean

desengaños un río de sangre en la sangre// no queda espacio para mí.

Cierra el poemario, Versos de la triste figura –A don Quijote, que supo leer el

alma de Cervantes–, apartado donde están las verdades sin abrir en los armarios

quizá esperando el tiempo de invierno donde vencen cuando somos viejos y no

podemos batallar. La sombra-estilete de la madre traspasa la infancia y hiere

como la hoja de afeitar entre las tablas que parte en pedazos la intemperie de la

infancia, dos poemas sublimes, el primero inspirado en versos de la poeta Flora

Levy y el segundo rememorando aquel horror que escondía hojas de afeitar en

los toboganes de las plazas. La figuración de herida, acero, filo, tajo, vuelve a

estar presente mi abuela cantaba todo el día canciones de siempre y de nunca

brotadas del río recurrente de su tristeza de la punta filosa// su canto

atravesaba la semana como una espina// para que nadie la oyera maldecir sus

crepúsculos gastados ni su niebla ni sus copas quebradas.

Una caja de fotos que guardé lejos de mi ojos para no recordar devana los

años y los gestos que una cámara dispara para eternizarlos en simulacro //solo

una cámara podía unirnos//allí mi pelo de otro tiempo allí tus manos de otra

vida//fotos de falsedad//mentiras sobre nuestras cabezas//cartón pintado lo

nuestro amor de cotillón.

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