Semana Santa 2000. - Fundación Germán Sánchez Ruipérez
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R<br />
eflexiones en voz alta<br />
por F. MORALES<br />
Las túnicas y capirotes abren las tapas de los viejos arcones que celosamente las guardaron durante el año, las luminarias se<br />
preparan con el mimo de quienes saben que han de hacer clarear la noche más oscura del año y hasta el sonar de las campanas languidece<br />
espaciando los sones metálicos que lanzan al viento, cual lamentos primeros que lloran la muerte del Justo.<br />
Los cuerpos, cuerpos mortales de hombres y mujeres, se cubren enlutándose voluntariamente para acompañar, en manifestación<br />
pública de fe, al Cristo que se venera, a la Madre que se ama. Son días de penitencia y también de esperanza. Cristo, el Hijo<br />
Unigénito del Padre, ha muerto, pero también resucita, trayéndonos a nuestro dolor un mensaje de alegría y de esperanza, pues, con<br />
su Resurrección, los que en Él creemos viviremos eternamente, según nos enseñó.<br />
Son días de <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong>, días de celebración de la Pasión del Señor, espíritu éste, sentimiento éste, que lejos de quedar reducido<br />
al pequeño número de días que fija el calendario, debería extenderse a todo el año en el corazón de quienes integramos cada<br />
una de las Cofradías y Hermandades, cuyo fin no es sólo el de procesionar con la imagen titular el día señalado, misión importante<br />
pero no la única de las que pueden leerse en los diferentes Estatutos.<br />
El rápido incremento del número de cofrades experimentado en los últimos años tras el letargo sufrido en la década de los<br />
sesenta y aun de los setenta, ha venido a dificultar –en razón proporcional al volumen de población– la participación comunitaria en<br />
actos cristianos promovidos por las respectivas Juntas Directivas. Es éste uno de los problemas que amenaza la unidad de acción,<br />
pues si en origen las Cofradías nacieron alrededor de gremios profesionales y de parroquias, las propias, hoy los cofrades están<br />
repartidos por toda la ciudad y hasta puede decirse que fuera de ella, cuando la tarea profesional así lo exige. Razón de más por la<br />
que debe forzarse la voluntad individual de comunión entre todos los miembros, si se quiere seguir dando contenido a nuestra devoción,<br />
devoción, por otra parte, que ha de estar, siempre, dirigida, encauzada, por la autoridad eclesiástica correspondiente.<br />
La procesión, manifestación externa y popular de nuestra religiosidad heredada por tradición de nuestras anteriores generaciones,<br />
ha de ser cuidada en extremo para no caer en lo meramente «popular», olvidándonos del único motivo que a ella nos lleva, que<br />
no es otro que acompañar a Cristo, a Su Madre, en un nuevo camino de Pasión por las calles de nuestra ciudad, villa, pueblo o lugar.<br />
El silencio que acompaña a la meditación de lo que con nuestro andar estamos celebrando, debe ser el único compañero del penitente<br />
que sabe que el acto en el que participa, recuerdo del camino de Jesús por la Vía Dolorosa hacia Su Sacrificio, no es un simple<br />
paseo a la caída de la tarde.<br />
Silencio y meditación que trae a colación un ejemplo de lo que considero –permítaseme decirlo– un «exceso» del deseo de querer<br />
transmitir a los hijos nuestra devoción por la <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong>, haciéndoles participar en los desfiles procesionales desde su más<br />
tierna infancia, lo que, además de suponer la presencia continuada de familiares pendientes de su cansancio, constituye, en mi opinión,<br />
una gran contradicción, pues difícilmente puede casar un acto penitencial –y, por tanto, de dolor por nuestros pecados y de<br />
propósito de enmienda– con la inocencia de un niño, exento todavía de cualquier acción de la que pueda sentirse culpable, para la<br />
que es más apropiada la Procesión de la Borriquilla caracterizada por la alegría que envuelta en palmas, bendiciones y cantos<br />
–¡Hosanna! ¡Hosanna!– rodea al recibimiento jubiloso que se le tributa a Jesús en su entrada en Jerusalén.<br />
Y con la música que como ninguna otra cosa en el mundo sabe expresar los estados anímicos de la persona, llega la última<br />
reflexión, pues sin ella es difícil concebir el disciplinado caminar de las largas hileras de penitentes o el majestuoso pasar de<br />
nuestras imágenes. El repique de los tambores retumba en nuestros corazones llamándonos a oración, mientras que el agudo quejar<br />
de la corneta nos mantiene vigilantes y despiertos para no dejar solo a nuestro Señor en su agónico orar en el huerto. Sin el<br />
acompañamiento musical, sin esas marchas procesionales que nos traen las Bandas de Cornetas y Tambores, las Bandas de<br />
Música, todo sería muy distinto. Mas hay que prestar atención en lo que a las primeras concierne, pues pensadas, nacidas y crecidas,<br />
en su mayoría, para su asistencia a las más variadas celebraciones, muy especialmente en las festivas, lucen vistosos y<br />
multicolores uniformes que se me antojan mas en consonancia con éstas, que no con el motivo religioso que nos congrega alrededor<br />
de la Pasión y Muerte de Jesús. La formación de Secciones de Música propias que pudiera atraer e integrar aún más a los<br />
jóvenes de cada Hermandad o Cofradía, o el depósito en cada una de ellas de una serie de túnicas y mantos con los que vestir a<br />
los músicos contratados, pudieran ser dos posibles soluciones a las que habría que llegar, si queremos ir depurando y mejorando<br />
nuestra querida y sentida <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong>.<br />
Los cirios agotados ya no alumbran, las calles han quedado desiertas de músicas y oraciones, las andas vuelven a la oscuridad<br />
de los almacenes desprovistas de adornos florales y los hábitos, limpios de la cera caída, se doblan y guardan con un suspiro hasta el<br />
año próximo. Cronológica y litúrgicamente la <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong> ha terminado, aunque en el corazón, en el alma cristiana del hermano<br />
«<strong>Semana</strong>sentero» continuará durante todo el año, teniendo la Cruz como guía, pues no todo debe acabar con la manifestación pública<br />
y comunitaria de nuestra fe, sino que nuestra devoción por todo lo que representa la Pasión ha de continuar día a día, haciendo<br />
que la siguiente celebración nos encuentre mejores y más preparados.<br />
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