R eflexiones en voz alta por F. MORALES Las túnicas y capirotes abren las tapas de los viejos arcones que celosamente las guardaron durante el año, las luminarias se preparan con el mimo de quienes saben que han de hacer clarear la noche más oscura del año y hasta el sonar de las campanas languidece espaciando los sones metálicos que lanzan al viento, cual lamentos primeros que lloran la muerte del Justo. Los cuerpos, cuerpos mortales de hombres y mujeres, se cubren enlutándose voluntariamente para acompañar, en manifestación pública de fe, al Cristo que se venera, a la Madre que se ama. Son días de penitencia y también de esperanza. Cristo, el Hijo Unigénito del Padre, ha muerto, pero también resucita, trayéndonos a nuestro dolor un mensaje de alegría y de esperanza, pues, con su Resurrección, los que en Él creemos viviremos eternamente, según nos enseñó. Son días de <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong>, días de celebración de la Pasión del Señor, espíritu éste, sentimiento éste, que lejos de quedar reducido al pequeño número de días que fija el calendario, debería extenderse a todo el año en el corazón de quienes integramos cada una de las Cofradías y Hermandades, cuyo fin no es sólo el de procesionar con la imagen titular el día señalado, misión importante pero no la única de las que pueden leerse en los diferentes Estatutos. El rápido incremento del número de cofrades experimentado en los últimos años tras el letargo sufrido en la década de los sesenta y aun de los setenta, ha venido a dificultar –en razón proporcional al volumen de población– la participación comunitaria en actos cristianos promovidos por las respectivas Juntas Directivas. Es éste uno de los problemas que amenaza la unidad de acción, pues si en origen las Cofradías nacieron alrededor de gremios profesionales y de parroquias, las propias, hoy los cofrades están repartidos por toda la ciudad y hasta puede decirse que fuera de ella, cuando la tarea profesional así lo exige. Razón de más por la que debe forzarse la voluntad individual de comunión entre todos los miembros, si se quiere seguir dando contenido a nuestra devoción, devoción, por otra parte, que ha de estar, siempre, dirigida, encauzada, por la autoridad eclesiástica correspondiente. La procesión, manifestación externa y popular de nuestra religiosidad heredada por tradición de nuestras anteriores generaciones, ha de ser cuidada en extremo para no caer en lo meramente «popular», olvidándonos del único motivo que a ella nos lleva, que no es otro que acompañar a Cristo, a Su Madre, en un nuevo camino de Pasión por las calles de nuestra ciudad, villa, pueblo o lugar. El silencio que acompaña a la meditación de lo que con nuestro andar estamos celebrando, debe ser el único compañero del penitente que sabe que el acto en el que participa, recuerdo del camino de Jesús por la Vía Dolorosa hacia Su Sacrificio, no es un simple paseo a la caída de la tarde. Silencio y meditación que trae a colación un ejemplo de lo que considero –permítaseme decirlo– un «exceso» del deseo de querer transmitir a los hijos nuestra devoción por la <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong>, haciéndoles participar en los desfiles procesionales desde su más tierna infancia, lo que, además de suponer la presencia continuada de familiares pendientes de su cansancio, constituye, en mi opinión, una gran contradicción, pues difícilmente puede casar un acto penitencial –y, por tanto, de dolor por nuestros pecados y de propósito de enmienda– con la inocencia de un niño, exento todavía de cualquier acción de la que pueda sentirse culpable, para la que es más apropiada la Procesión de la Borriquilla caracterizada por la alegría que envuelta en palmas, bendiciones y cantos –¡Hosanna! ¡Hosanna!– rodea al recibimiento jubiloso que se le tributa a Jesús en su entrada en Jerusalén. Y con la música que como ninguna otra cosa en el mundo sabe expresar los estados anímicos de la persona, llega la última reflexión, pues sin ella es difícil concebir el disciplinado caminar de las largas hileras de penitentes o el majestuoso pasar de nuestras imágenes. El repique de los tambores retumba en nuestros corazones llamándonos a oración, mientras que el agudo quejar de la corneta nos mantiene vigilantes y despiertos para no dejar solo a nuestro Señor en su agónico orar en el huerto. Sin el acompañamiento musical, sin esas marchas procesionales que nos traen las Bandas de Cornetas y Tambores, las Bandas de Música, todo sería muy distinto. Mas hay que prestar atención en lo que a las primeras concierne, pues pensadas, nacidas y crecidas, en su mayoría, para su asistencia a las más variadas celebraciones, muy especialmente en las festivas, lucen vistosos y multicolores uniformes que se me antojan mas en consonancia con éstas, que no con el motivo religioso que nos congrega alrededor de la Pasión y Muerte de Jesús. La formación de Secciones de Música propias que pudiera atraer e integrar aún más a los jóvenes de cada Hermandad o Cofradía, o el depósito en cada una de ellas de una serie de túnicas y mantos con los que vestir a los músicos contratados, pudieran ser dos posibles soluciones a las que habría que llegar, si queremos ir depurando y mejorando nuestra querida y sentida <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong>. Los cirios agotados ya no alumbran, las calles han quedado desiertas de músicas y oraciones, las andas vuelven a la oscuridad de los almacenes desprovistas de adornos florales y los hábitos, limpios de la cera caída, se doblan y guardan con un suspiro hasta el año próximo. Cronológica y litúrgicamente la <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong> ha terminado, aunque en el corazón, en el alma cristiana del hermano «<strong>Semana</strong>sentero» continuará durante todo el año, teniendo la Cruz como guía, pues no todo debe acabar con la manifestación pública y comunitaria de nuestra fe, sino que nuestra devoción por todo lo que representa la Pasión ha de continuar día a día, haciendo que la siguiente celebración nos encuentre mejores y más preparados. 11
C O F R A D Í A Ntra. Sra. de la Esperanza Virgen de la Esperanza Día 21. Viernes Santo Día 23. Domingo de Resurrección Procesión del Santo Entierro O rg a n i z a : Cabildo del Santo Cristo de la C a m a . H á b i t o : Negro, zapatillas y guantes negros, capa y capuchón verde, cíngulo de esparto. P a s o s : La Oración de Jesús en el Huerto y Nuestra Señora de la Esperanza. Salida: 20,00 h. de la Parroquia. Itinerario: Parroquia, Plazas, Carmen, Ricardo Soriano, Plaza de la Constitución, Plaza Agustín Martínez Soler y Parroquia. Citación cofrades: 19,30 h. Procesión del Resucitado Acompañan al paso de Nuestra Señora de la Soledad. Salida: 11,15 h. de la Parroquia. Itinerario: Parroquia y Plazas, volviendo a la Parroquia. Citación cofrades: 10,45 h. Turno de vela al Santísimo, noche del jueves al viernes, de 4 a 5 horas. Nota: Rogamos a los hermanos cofrades, guarden rigurosamente las normas de la Cofradía en hábito, velón y calzado, de no ser así, no se permitirá desfilar. 12