Semana Santa 2000. - Fundación Germán Sánchez Ruipérez
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Pregón de <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong><br />
Pregón de <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong><br />
Peñaranda de Bracamonte<br />
Yo sé bien que te acercas.<br />
Ami espalda te siento y no quiero mirarte.<br />
Yo no quiero que puedas saber por mis ojos el hondo secreto.<br />
Yo no quiero que pierdas la mágica luz que has traído a la tierra,<br />
aquel grave ademán que tenías allí (¡cuando yo estaba allí!),<br />
aquel sueño constante que daba misterio a tu gesto<br />
y que hoy mismo te envuelve y anuncia aunque estés muy distante.<br />
José Hierro, Alegría, (1944-1947)<br />
La <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong>, nuestra <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong>, constituye uno de esos momentos de llamada al Encuentro con Dios Padre. Para muchos de actualización<br />
y profundización en su experiencia de fe; para otros muchos, de hito anual de escucha de esa llamada y de lucha de la que nos hablaba el poeta.<br />
Para todos, la <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong> no es sólo un modo de vivir personal la salvación venida de Cristo, sino un modo colectivo de vivir el acontecimiento salvador<br />
de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. De aquí la importancia de las cofradías que nos permiten ser a todos, al pueblo entero, actores, protagonistas<br />
últimos de lo que se celebra formando una personalidad colectiva. Porque todos somos simultáneamente actores y espectadores en una<br />
curiosa e interesante reciprocidad. En una sociedad tan desarraigada como la nuestra, donde la persona se pierde, se ahoga en el mayor anonimato y<br />
soledad, la realidad de este tejido social que son las cofradías tienen un valor humano-cristiano indudable. Son una creación antigua, pero con una<br />
vocación de futuro única, como lo demuestra su actual auge. La <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong> constituye el núcleo de religiosidad popular más interesante. Una religiosidad<br />
más heredada que aprendida. Cada persona hemos nacido a ella como un elemento más de nuestra tradición, de nuestra cultura, si bien cada<br />
generación al asumirla la recrea. Tal vez sea éste el fondo de su riqueza imaginativa y emotiva, su gran densidad simbólica que le hace capaz de acoger<br />
todos los sentimientos humanos en ese Jesús doliente y triunfante, encontrando la respuesta que colectiva e individualmente esperamos.<br />
El ritual de la <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong> nos hace descubrir lo esencial de la experiencia cristiana de salvación, cuyo contenido central es Cristo y la Virgen.<br />
En los pasos semanasanteros, el pueblo va expresando simbólicamente su propia experiencia de dolor y de esperanza. De ahí su identificación con un<br />
hombre que sufre injustamente, que es condenado sin pruebas. Pero no se trata de un mecanismo puramente proyectivo, sino más bien de un gran<br />
movimiento de humanización de esa figura central que es Cristo. Podría decirse que la <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong> es la cristianización de una profunda vivencia de<br />
la humanidad de Cristo, de una expresión muy lograda de ese Dios humanizado, de ese Verbo hecho carne, es decir, hecho humanidad doliente.<br />
Ahora detengámonos en nuestros signos, en nuestras imágenes, en todo aquello a través de lo cual hacemos memoria y expresamos tantos sentimientos<br />
contenidos, tantas esperanzas, tantas promesas que encontrarán su satisfacción en estos días.<br />
A pesar de que el programa procesional de la <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong> peñarandina me es conocido, lo he leído con interés y curiosidad. Los días, los itinerarios,<br />
las horas, los pasos que saldrán a la calle en cada una de las procesiones, todo es como una prolongación popular y catequética de la celebración<br />
de los misterios guiados por las cofradías. Y al repasarlo me preguntaba también por ¿qué habrá debajo de cada una de estas imágenes?, ¿qué historias<br />
personales, qué sentimientos religiosos se ocultan bajo los nombres y las personas de todas y cada una de las cofradías? y como quiero recorrer con<br />
vosotros por adelantado el camino procesional que tenéis preparado, he intentado imaginarme esos sentimientos callados, esas expectativas que proyectáis<br />
en cada gesto procesional, en cada imagen, en los símbolos que configuran vuestra manifestación de fe abierta y lanzada a la calle que es la<br />
<strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong> peñarandina.<br />
DOMINGO DE RAMOS<br />
Mañana, Domingo de Ramos, celebráis, como lo hacen tantos cristianos del mundo entero, la solemne bendición de las palmas y los ramos. Además,<br />
como en tantas ciudades y pueblos españoles, prolongáis la celebración litúrgica con la popular procesión del paso de la Entrada de Jesús en Jerusalén,<br />
a la que conocemos como la procesión de «la burrita».<br />
No sé si habéis caído en la cuenta de cuánto nos parecemos a aquel puñado de amigos incondicionales del maestro Jesús de Nazaret, que le<br />
acompañaban aquel día desde Betfagé hasta entrar por la puerta Hermosa del Templo de Jerusalén. También aquella debió ser una plena mañana de<br />
gloria. Pero, ¿era verdaderamente el Salvador aquel hombre que entraba a lomos de una burra, a quien muchos tenían por profeta? Sólo unos días antes<br />
se había pronunciado ya lo que sería la sentencia definitiva. Como nos cuenta San Juan, «Caifás, que era Sumo Sacerdote aquel año, dijo (a los sacerdotes<br />
y fariseos): Vosotros no sabéis nada. Conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca toda la nación» (Jn 12,49). Por eso, la Iglesia<br />
en su liturgia, sabedora de cómo seguía la historia, añade tras la procesión festiva, la lectura de la pasión del Señor.<br />
El Domingo de Ramos es día de gloria y de dolor.Toda la vida se pone ya en juego al comienzo de la <strong>Semana</strong> <strong>Santa</strong>, y todas las vidas, la de Jesús<br />
y la de cada uno de nosotros. Porque también en nuestras vidas el Domingo de Ramos se hace carne, porque en ellas –en nuestras vidas– se mezclan,<br />
como aquel día, la gloria y el fracaso, la alegría y la tristeza, la ternura y la tragedia. Un buen día para repasar nuestra vida llena de luces y de sombras<br />
y para ponerla entera, con los gozos y las sombras, con las luces y las tristezas, con los logros y los fracasos a los pies del Señor, para que Él lo redima<br />
todo, lo lleve el Viernes Santo a la cabecera de su cruz y nos lo convierta en salvación y vida la mañana del otro domingo, el día de la Resurrección.<br />
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