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Tori Amos: “Native Invader”.
mission”) o Maynard Keenan se prestaban a regodearse
en los vericuetos emocionales de su música. Se sucedieron
los años, los discos… y mi relación con ella se fue
difuminando hasta que “Scarlet’s Walk” (2002) se convirtió
en el último trabajo firmado por Amos que encontró sitio en
las estanterías de mi casa. Muchos años en los que Tori
desaparece de mi vida y de mi reproductor.
Tori Amos… volver a ella en 2017 es como regresar a
épocas pasadas, alborotar recuerdos que se han quedado
aletargados muy dentro de ti esperando a que algún día se
reactiven y hagan que regreses a casa. Sin duda alguna
aquellos primeros discos de la cantante de Carolina de Norte
fueron, para el que escribe, una compañía inseparable a
comienzos de los 90’s. Como buen adolescente desubicado
y atormentado, solía recurrir a la música como refugio
siempre fiel, y escuchar a Tori era un viaje íntimo a una
belleza y una sensualidad que solo ella sabía conseguir,
como si su alma abriera sus brazos y te acogiera a cada
escucha. En plena vorágine grunge su disco “Under the
Pink”, con su célebre “Cornflake Girl”, puso a Tori Amos
en boca de todo el mundo, que cayó rendido a sus pies,
todo belleza, fuego, talento desbocado y una sensualidad
desbordante. Rebuscamos entonces en su inicial e hiriente
“Little Earthquakes” de 1992 y junto a su tercer trabajo,
“Boys for Pele” (1996), hicieron de la cantante de melena
candente una de las artistas más admiradas del planeta.
Gente como Trent Reznor (colaborando en “Pass the
The Sheepdogs: “Changing colours”.
Enorme disco este de los canadienses. Si te gusta la
música americana de raíces, si te emocionas con todas
esas bandas sureñas clásicas, si el sonido 70’s es lo tuyo,
defi nitivamente The Sheepdogs es tu grupo. Con sus
trabajos anteriores bebían de esos estilos de forma muy
marcada, pero en “Changing colours” se han dejado imbuir
por completo en sus raíces, como si se hubieran metido en
el estudio de grabación con una dieta estricta de Allman
Brothers, Grateful Dead, bourbon, cerveza y mucha,
mucha diversión. En efecto, el grupo transpira sonido retro
a rabiar, pero suenan de maravilla, el disco está repleto
de canciones enormes con el encanto, cómo decía, de
estar empapadas de esas grandes formaciones, no solo
sureñas, ojo. Sonar clásico sin caer en las comparaciones
fáciles con Allman Brothers (“Kiss the Brass Ring”) o
Lynyrd Skynyrd no es sencillo, y si bien The Sheepdogs
no reniegan de ellas, sí saben ampliar sus horizontes. En
“The Big Nowhere” el Santana de “Abraxas” sobrevuela
hipnótico, con una candencia contagiosa, ¡qué canción!
“Saturday Night” te recuerdan a los Eagles más festivos,
con “I Ain’t Cool” se ponen más souleros. Quizá el ritmo
baja demasiado a medida que transcurre el disco, como
si fuera uno de aquellos discos pensados para los vinilos
con las dos caras muy diferenciadas, pero pocas pegas
en realidad se le puede poner a “Changing colours”.
Ha llegado 2018, nada es lo que solía ser hace casi treinta
años. Uno ya ni busca ni necesita reconfortarse en los pliegues
emocionales de las canciones como entonces. Tampoco
Tori es la que solía ser. Su aspecto incluso ha cambiado. Si
toda una Tori Amos ha sucumbido a la necesidad de parecer
joven a cualquier precio, definitivamente nadie debe ser
capaz de no hacerlo. Apenas la reconozco, y sin embargo
llega a mis manos su nuevo disco, “Native invaders”. La
primera sensación es de regresar a 1994, volver a ser ese
adolescente y acurrucarme en los brazos de la música de
Tori. Y no puedo evitarlo, antes de adentrarme en su nueva
obra siento la irrefrenable necesidad de desempolvar sus
viejos discos. “Little Earthquakes”, “Under the Pink” y “Boys
for Pele” vuelven a mis oídos después de no menos de diez
años sin hacerlo. “Native invaders”, Tori sigue ahí, aquella
Tori no ha cambiado, parece que después de mucho tiempo
de viaje ha regresado para llamar a mi puerta. Olvidaba su
cara, su rostro, su acento… Ahora sí. Y no necesita componer
otra obra maestra, porque la Tori de 2018 no es la misma. NI
yo. Ni falta que hace. La intensidad ha mutado en una forma
más reflexiva, la belleza ha mutado en más belleza aún.
Inicia con un “Reindeer King” que podría haber encajado
en cualquiera de sus discos clásicos, ella sola con su piano
abriéndose de nuevo al mundo. “Broken Arrow” igualmente
nos conduce suavemente, casi sin querer, con esa conjunción
entre esas preciosas melodías y su voz aterciopelada. El
nivel en general es notable, se ha perdido intensidad pero
se ha ganado en profundidad, y no dejas de encontrarte
con momentos sublimes como “Chocolate Song”, donde
Tori dobla los coros conformando una melodía sublime.
Quizá la duración de “Native invaders” es algo excesiva
(trece canciones en su versión estándar), pero en un mundo
en el que abundan artistas tan irrelevantes, tener a Tori Amos
grabando discos tan bellos siempre es una gran noticia.
javistone.
En cualquier caso, uno de los discos del año sin duda,
pocos trabajos van a superar algo así.
javistone.
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