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RockBottomMagazine.Num.03

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de una novela trepidante, en

la que nuestro protagonista se

enfrenta a un maníaco que hace

del hackeo un arte del que se

vale tanto para apropiarse de

vehículos de terceros, como para

fabricar bombas y atormentar a

nuestro protagonista.

La novela fue recibida con cierto

escepticismo por la legión de

seguidores de King, por el ya

comentado giro temático. No

obstante, estamos ante una obra

que supo conectar finalmente

con el universo de otros caminos

recorridos por el autor. Temas

como la culpa, la psicosis o el

alcoholismo vuelven a aparecer en

esa novela en la que el mal no se

presenta como algo sobrenatural

sino como un elemento más

de lo cotidiano. De hecho, el

modus operandi utilizado por el

psicópata al que trata de dar caza

el protagonista, es extrañamente

coincidente con sucesos

posteriores protagonizados por

terroristas, años después de que la

novela fuese concebida. Incluso,

la obra final del asesino de masas,

que no desvelaremos aquí, tiene

puntos en común con recientes

y tristes acontecimientos. Una

terrible casualidad, seguramente.

El éxito en ventas de la novela,

por encima de su consideración

critica, fue reclamo suficiente

para que la operadora televisiva

Audience encargara la adaptación

televisiva, buscando un trampolín

con el que crecer ante el empuje

de Netflix, HBO, FX y demás

totems de la producción de droga

en serie. Con Brendan Gleeson

en la piel del viejo Hodges y un

increíble Harry Treadaway en

el papel de psicópata, la serie

es un muy digno producto en

el que asistimos a un duelo de

personajes inteligentes tratando

de darse caza mutuamente, el cuál

aparece mucho más marcado que

en la obra literaria. Al igual que

en la novela, Hodges combatirá

sus fantasmas personales a la vez

que, al margen de la ley como

marcan los cánones, verá crecer

su obsesión por cerrar el caso que

dejó inconcluso, ese aguijonazo

que aun siente en su conciencia.

Lo hará además formando un

extraño equipo con Jerome, su

inteligente jardinero negro y

con Holly Gibney, un personaje

femenino con problemas de

inestabilidad mental pero excelso

olfato detectivesco.

Tal vez, el apoyo en elementos

audiovisuales consigue

remarcar aun más las diferencias

(generacionales, éticas) entre los

antagonistas. Uno de los aspectos

en los que más se apoya el guión

en ese sentido es en el musical.

Las escenas del policia pinchando

viejos vinilos en casa contrastan

con el punk gamberro que suena

en el coche del psicópata. Esto

permite un menú sonoro de altos

vuelos diseñado con excelente

gusto, en el que pasamos de

T-Bone Burnett a Ramones, de

Donovan a Pixies, de Lightning

Hopkins a Reagan Youth. Si a

todo eso le sumamos una muy

competente realización, un

ritmo perfectamente acompasado

para alargar lo suficiente el arco

argumental de la novela sin

caer en lo superflúo, y la golosa

presencia femenina de Mary-

Louise Parker, obtenemos una

serie que ha pasado los exámenes

de final de temporada con nota

suficiente para garantizarse la

continuidad. Habrá, por tanto,

adaptación de “Quien pierde

paga” (“Finders keepers”), segunda

entrega de la ya concluida trilogía

de Bill Hodges.

Como decíamos en la entrega

anterior, la llegada de Netflix

ha cambiado bastante las reglas

del juego en cuanto a la difusión

de la obra de creadores que,

con bastantes dosis de libertad,

pueden poner el acento en obras

que de otro modo hubieran

pasado inadvertidas. Y, siguiendo

con el universo King, no deja de

resultar curioso que haya sido en

esa plataforma donde se puedan

encontrar, en pleno siglo XXI, la

puesta al día de dos obras menores

del genio de Maine. Nos referimos

a las adaptaciones de “El juego de

Gerald” (originalmente publicada

en 1992), y de la más reciente

“1922”, concebida por King como

un mero divertimento al estilo

de relato corto sin aparentes

pretensiones de perdurar.

Reconozco que, cuando leí “El

juego de Gerald”, atraído por

su imponente premisa (juegos

sexuales de un matrimonio en una

cabaña aislada de la civilización...

interesante) caí pronto en el

tedio que supone una obra que

abusa de la introspección y el

devaneo psicológico de una

mujer enfrentada a sus fantasmas

mientras trata de liberarse de las

ataduras, físicamente evidentes,

mentalmente subyacentes, que la

paralizan. El libro, en mi opinión,

pertenece a una época en la que

King sufrió cierto bajón creativo,

en unos años noventa en los

que su obra, y su vida personal,

se vieron seriamente afectados

por los propios fantasmas (a

veces coincidentes con los de

sus personajes), del autor. Sin

embargo, llevada a la pequeña

pantalla por Mike Flanagan,

ese muestrario de episodios

psicóticos del libro se hace más

digerible gracias a una realización

que, a pesar de pertrecharse en un

ambiente de TV-movie vespertina,

consigue hacerte quedarte pegado

a la pantalla durate casi dos

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