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Stephen King en el Siglo XXI (II).
Jesús Sánchez
Un señor mayor, rondando
los setenta años, se incorpora
penosamente de la cama, se pone
unas pantuflas y se prepara el
desayuno consistente en un café
cargado y apenas unas sobras de
comida basura. En su pequeña casa
observamos los restos de la juerga
de la noche anterior: decenas de
latas de cerveza apiladas junto
a un viejo sillón orejero, frente a
un televisor que apenas enciende
para mirar baseball. El señor
se viste y peina su aun espeso
cabello rojizo. Seguramente su
ascendencia sea irlandesa. El pelo
y su historial cervecero así nos
lo hacen saber. Antes de salir de
casa, se para ante una estantería
llena de viejos discos de vinilo.
Elije uno. Es de los Kinks. Lo pone
cuidadosamente en el giradiscos.
Comienza a sonar “A well respected
man”.
Un chaval, dependiente de una
gran superficie, baja las escaleras
que conduce al sótano de la casa
en la que vive con su alcoholizada
madre. Es un tipo vulgar,
flacucho…pero su mirada inquieta
a primera vista. En el sótano,
media docena de ordenadores se
encienden a su orden. A través
de una de las pantallas el chaval
espía la desnudez de su madre de
manera culpablemente enfermiza.
En otra pantalla, vigila de cerca al
señor mayor del párrafo anterior.
Sus ojos van de un lado a otro,
nerviosos, como decidiendo
con cuál de sus dos grandes
obsesiones jugará hoy. De fondo,
suenan los Dead Kennedys.
Luces, cámara, acción…
No, no estamos precisamente ante
el paradigma del héroe y el villano
de novela. Ni siquiera se acercan
al modelo de protagonistas de
novela de azarosas pesquisas
con detective potente y gangster
glamouroso al frente al estilo
de las viejas novelas de Dashiell
Hammet. Pero algo de ello hay (y
mucho), en la pareja protagonista
de “Mr. Mercedes”.
La novela original supone para
su autor un ligero desvío dentro
de su carrera. No es el primero;
la mayoría de los lectores ponen
el énfasis en ese cambio de
registro en el que King abandona
lo sobrenatural para escribir
una novela policíaca de corte
clásico. Pero lo cierto es que el
autor ya había abordado otros
géneros externos al mundo de
lo sobrenaturalmente terrorífico.
“Los ojos del dragón”, publicada
en los ochenta, sació sus ganas de
escribir una novela de aventuras
de corte juvenil. Por otro lado,
la casi inabarcable saga de “La
Torre Oscura”, en palabras de
King, supone ponerse el atuendo
del escritor de fantasía épica,
influenciado notablemente
por ambientes y características
desarrollados por otros autores,
como Tolkien o Terry Pratchett.
Pero es en esta ocasión cuando
King pone el ojo en las viejas
novelas pulp de comienzos del
siglo XX, aunque actualizando el
entorno, y dotando al género de
un nuevo impulso en el que el uso
de la tecnología, o los problemas
sociales de la América del nuevo
siglo comparecen como actores
secundarios. En esta novela, ese
señor mayor amante del rock de
los sesenta es un policía retirado,
alcoholizado, solitario llamado
Bill Hodges, y está obsesionado
con un viejo caso sin resolver: el
atropello de decenas de personas
que se agolpaban a las puertas
de una feria de empleo en una
pequeña ciudad americana.
Un asesinato múltiple cuyo
esclarecimiento le atormenta,
aun años después de su retirada.
Este grano en el culo del viejo
detective es el punto de arranque
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