Los niños: Una cosecha significativa ¡Evangelizar a los niños es un ...

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Perspectivas
¿Cuán buenas son las Buenas Nuevas?
U
Uno de los grandes teólogos
evangélicos del siglo XX, el Dr. Carl
Henry escribió: “El evangelio sólo es
buena noticia cuando llega a tiempo”.
Existen más países que nunca antes en la
historia de este planeta, en los cuales las
personas alzan sus voces en adoración de
agradecimiento a Jesucristo por la libertad
maravillosa que Él ha traído a sus vidas.
Sin embargo, la simple verdad es que aún
hay más de mil millones de personas que
nunca han escuchado que Jesús les ama.
Como millones de ellos mueren cada año,
la incómoda realidad es que las buenas
nuevas no están llegando a tiempo para
hacer una diferencia en sus destinos
eternos. Indudablemente, la gran mayoría
de recursos que se han dispuesto para
llevar las buenas nuevas de Dios están
siendo utilizados en áreas que ya conocen
el evangelio. En las iglesias de todo tipo
y trasfondo alrededor del mundo sólo
dos centavos de cada dólar, donado para
apoyar económicamente al ministerio de
la Gran Comisión, son utilizados para
contar la historia de Jesús donde nunca
se había contado anteriormente. Esta
realidad me persigue, especialmente tras
leerlaspalabrasdeOswaldJ.Smith,quien
dice: “Nadie tiene el derecho de escuchar
el evangelio más de una vez; existen
algunos que nunca lo han escuchado”.
Si lo bueno de las Buenas Nuevas se
juzgara por la manera en que aquéllos que
las hemos escuchado respondemos aun al
más simple y claro de sus mandamientos,
¿cuán buenas creeríamos que realmente
son? Es verdaderamente importante
revaluar cómo medimos nuestro éxito.
Por: David Bryan,
Director del Ministerio de Alcance Mundial
Si el estándar del éxito se midiera
por la cantidad de servicios a los que
asistimos, cuánto nos hemos gozado,
cuántos versículos bíblicos nos hemos
memorizado o cuánto tiempo hemos
orado; quizá perdamos completamente el
aspecto principal de las Buenas Nuevas. A
pesar de cuán útiles sean estas actividades,
el propósito de estas búsquedas es
empoderar, fortalecer y equiparnos para
compartir las Buenas Nuevas.
El conflicto que muchos creyentes
tienen con el evangelismo no yace en
la dificultad de la técnica ni en domar el
ambiente. Es un asunto tan sencillo como
la fe, comprensión y obediencia. Las
malas noticias son horribles —peor que
el holocausto, el genocidio de Ruanda, la
epidemia del VIH/SIDA, la hambruna en
el continente africano o la pobreza en los
países tercer­mundistas. La condena de
toda persona que se pierde la oportunidad
de escuchar el evangelio será una eterna
tortura espiritual, emocional y física. Es
un problema universal del cual nadie en
el mundo es inmune; tampoco importa
si la persona es hombre o mujer, de tez
M e n s a j e r o A l a B l a n c a s e p t i e m b r e / o c t u b r e d e 2 0 0 8
morena o clara, preparada o analfabeta,
vive en un barrio o le llama casa a un
palacio. Las Buenas Nuevas nos dejan
saber que existe una solución —pero sólo
hay una— un encuentro personal con
Jesucristo, como lo describen las Sagradas
Escrituras. Este encuentro personal lleva
a un cambio radical de vida.
El problema con las Buenas Nuevas
es que aquéllos que las han experimentado
son como un hombre a quien se le
dio el modelo más lujoso de Mercedes
Benz. Este hombre estaba tan contento
que no pudo dejar de contarle durante
dos semanas a todas las personas con las
que se encontraba, acerca de este acontecimiento.
Luego se enfocó tanto en
protegerlo que se le olvidó compartir la
dicha de su gran fortuna. Al final, terminó
absorbiéndose tanto en lavarlo,
pulirlo y cuidarlo que no permitió que
nadie se subiera a él.
Nadie es demasiado rico como
para no necesitar las Buenas Nuevas.
Nadie es demasiado inteligente como
para despreciar las Buenas Nuevas.
Nadie es demasiado malo como para
no merecer las Buenas Nuevas. Nadie
está demasiado ocupado como para no
detenerse a escuchar las Buenas Nuevas.
Nadie es demasiado intimidante como
para asustarnos al punto de no querer
compartir las Buenas Nuevas. Las Buenas
Nuevas realmente son muy buenas, por
lo tanto, debemos de actuar.
“La simpatía no es un sustituto para la
acción”.
David Livingstone, misionero en África