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ADOLFO LAILSON BANUET<br />

El caso de este poeta espontáneo y pintoresco, es <strong>al</strong>go<br />

extraordinario.<br />

Su vida, llena de agitaciones desde temprana edad, parece que<br />

ha efervescido las visiones de su retina captadora de bellezas, y<br />

que cada tropiezo lo ha obligado a que, <strong>al</strong> desgaire, con des<strong>al</strong>iño si<br />

se quiere, desarrolle sus panoramas con precisión reveladora de<br />

su t<strong>al</strong>ento artístico.<br />

Esto por lo que se refiere <strong>al</strong> verismo de sus paisajes que<br />

parecen confirmar las p<strong>al</strong>abras de un crítico: "requiere el género<br />

descriptivo un estado psicológico especi<strong>al</strong>, para comunicarse con<br />

todo amor con la natur<strong>al</strong>eza."<br />

Y esta es la característica de Adolfo Lailson Banuet, si bien su<br />

numen gusta a la vez del recogimiento y de la rimada tortura íntima.<br />

Adolfo se deleita —éste es el término preciso— con sus<br />

ensayos pictóricos, casi siempre certeros; y descuida cu<strong>al</strong>quiera<br />

otra emoción por contemplar la gasa sonrosada del amanecer o<br />

detenerse a vivir la quietud del remanso.<br />

Baste saber ésto: Lailson Banuet, retoño o rama de una familia<br />

de luchadores, fue desterrado por Victoriano Huerta en 1913 y<br />

confinado con sus hermanos Enrique y Manuel en las cercanías<br />

de Quintana Roo. Aquello, desde luego, no era un paraíso. Plagas,<br />

<strong>al</strong>imañas, hambre, enfermedades, peligros: todo esto estaba en<br />

acecho para aniquilar la fort<strong>al</strong>eza de estos p<strong>al</strong>adines de la libertad.<br />

Pues bien: mientras los hermanos y compañeros de desgracia<br />

de Adolfo, hacían milagrosos esfuerzos para buscar el sustento<br />

o la fuga del peñón inhóspito, nuestro pintoresco poeta, con más<br />

cachaza que el más destacado de los estóicos griegos, se echaba de<br />

bruces en la arena candente para escribir sus "sonetos", ya para<br />

cantarle ternuras a la amada lejana, ya para hacer desfilar ante<br />

sus ojos ninfas incorpóreas, sin cuidarse más ni de sus harapos<br />

inconcebibles de confinado, ni las exigencias de su estómago ocioso.<br />

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