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Ir al libro

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Expiraron mis hijos, bellas criaturas<br />

que h<strong>al</strong>laron en el cielo tierna acogida,<br />

por volver a su sitio, patria querida,<br />

¡mientras me destrozaban las amarguras!<br />

Besé los cuerpecitos rígidos, yertos,<br />

y en los párpados rosa —pét<strong>al</strong>os muertos—,<br />

brillaron de su llanto luces extrañas. . .<br />

Eran las congeladas, últimas gotas,<br />

como líquidas perlas, trémulas notas<br />

en la pauta de seda de sus pestañas. . .<br />

STELLA<br />

Era una margarita de resplandores<br />

tan intensos y puros, la estrella-guía,<br />

que a los tres Reyes Magos adoradores<br />

una mirada tierna les parecía.<br />

Al discurrir los Magos por la sombría<br />

sabana que envolvieran vagos rumores,<br />

como una enamorada les sonreía<br />

la estrella cintilante con sus fulgores.<br />

Y proseguían todos la caminata,<br />

en tanto que la estrella de blondo encaje<br />

a los Reyes bañaba con p<strong>al</strong>ideces:<br />

como una margarita —laúd de plata—<br />

que prendiera en los rayos de su cordaje,<br />

un cantar luminoso de nitideces.<br />

199<br />

OTHÓN LÓPEZ MARTÍNEZ<br />

A Luis G. Urbina

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