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Ir al libro

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LA MINA<br />

Arriba, el chirriar del m<strong>al</strong>acate<br />

en pleno sol y en la montaña misma,<br />

abajo, la tiniebla, lo que abisma,<br />

c<strong>al</strong>or de horno y ruido de combate.<br />

El corazón de la montaña, late;<br />

y así, cu<strong>al</strong> de quimera o de sofisma,<br />

parece que la sombra ha roto un prisma<br />

en luces mil y de amarillo mate.<br />

Es el combate intrépido y sonoro<br />

del sudor y la vida, por el oro;<br />

de los mineros, que en la cruda guerra<br />

¡y en los rostros de bronce, llevan ese<br />

tinte de p<strong>al</strong>idez, que t<strong>al</strong> parece<br />

la tristeza del seno de la tierra!<br />

EL BARRETERO<br />

Así te amo: con el pelo irsuto<br />

y el rostro amarillento y consumido;<br />

t<strong>al</strong> como un joven árbol, no rendido,<br />

pero si fatigado de dar fruto. . .<br />

Con tu labor, que antójase de bruto<br />

por lo cruel, paciente y escondido,<br />

has con tu juventud enriquecido<br />

<strong>al</strong> burgués, <strong>al</strong> tirano o <strong>al</strong> astuto!<br />

En la cabeza, cuando estás abajo,<br />

luces como una estrella del trabajo<br />

la triste luz amarillenta y fija;<br />

y tanto en ti del porvenir se augura,<br />

¡que yo no sé porqué se me figura<br />

que envuelves a la Patria en tu cobija! . . .<br />

451<br />

ANTONIO H. ALTAMIRANO

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