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pequeño se le acercó para comentarle sobre una genial idea que había tenido:
“comprar una Coca-Cola litro, tomársela toda y luego colocársela en medio del
camino que ella transitaba, regularmente, para que se tropezara y se cortara”.
En otra ocasión me solicitó que le prestara la grabadora para registrar sus
cuentos y canciones que improvisaba (aún creo que las conservo). A nadie se
lo he escuchado, pero con este historial del menor, supongo que más de uno
pensó (y a lo mejor, aún piensan) que “este niño no es normal” o es “diabólico”.
Por fortuna su madre su abuela y muchos de sus familiares no piensan lo
mismo. La primera, por ejemplo, se queja de que su nieto no es el mismo de
antes, “que ha perdido la gracia”.
Hoy Orlandito tiene 8 años y está a punto de hacer la primera comunión; la
escuela le ha dado duro, pero se ha amoldado a su horma; la memorización de
datos no es su fuerte, pero con su esfuerzo ha logrado aprobar los cursos que
lleva acuestas; no es el mejor tirando números, pero sabe lo necesario y se
defiende. Quizá su refugio sean las pocas horas, que le dedica su escuela, a la
clase de Educación Artística, aunque estas también la han cuadriculado las
editoriales que les pagan a los directores y/o docentes para que le acepten un
determinado libro donde los niñ@s tienes que rellenar formas con colores o
pegar un material especifico sin salirse de la línea de contorno. En este
panorama este “pequeño loquito” debe sentirse frustrado. Su, otrora, genialidad
han ido destiñéndose porque no le ha dado, para él, izar la bandera por mejor
estudiante.
Y aunque en los últimos meses ha estado trabajando en la creación de
personajes detallados para un cómics, ha escrito una historia de introducción
para el mismo y ha recibido el apoyo de sus padres, abuela y el de este
servidor, lo más probable es que, en el mejor de los casos, termine siendo el
payasito que solo es imprescindible para colaborar con la escenografía,
generando ideas o actuando en una puesta en escena de Don Quijote (otro
loquito más) y con suerte estas experiencias las seguirá repitiendo, incluso, al
terminar el bachillerato hasta que se diluya al llegar a la “U”. Para entonces
habremos perdido a otro chiflado que le pudo aportar a este mundo gris un
toque de sabor, color, textura… diferente y necesaria.
Por eso, dejen a los LOCOS quietos, o mejor libres… y
¡Que vivan los locos!, pero vivos porque le hacen más falta a la tierra que al
cielo.
Para el papá de todos los locos: Dr. de Prado diez
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