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constituimos un equipo integrado por nosotros tres más un profesor y una
profesora de Granada, y Paco Tejedo de Valencia, mi compañero en los
avatares en las didácticas del teatro y de la lengua y la literatura.
Por aquellos días David ya había encarnado la creatividad o, mejor dicho, la
creatividad había encarnado en David. Su fluencia verbal, su flexibilidad de
pensamiento, su tolerancia a la incertidumbre, al riesgo y a la inseguridad, su
ruptura de las normas y corsés mentales e incluso, su forma de vestir nada
convencional, así lo manifestaban. Por aquel entonces yo ya había leído y
utilizaba para mis clases en la Escuela de Formación del Profesorado de EGB
de Cheste sus libros El torbellino de ideas. Hacia una enseñanza más
participativa (1982) y Técnicas creativas y lenguaje total (1988).
El proyecto despertaba atractivas esperanzas. Después de varias reuniones lo
bautizamos como Proyecto Chispa. Para conocer las nuevas experiencias que
se estaban llevando a cabo en otros países sobre este periodo escolar y
recopilar materiales, la editorial nos mandó a Manuela, a David y a mí a
Francia -visitamos solo Paris- e Italia, donde además de Turín, fuimos a Reggio
Emilia para estar al corriente de las experiencias internacionalmente
reconocidas que, en educación infantil, desde hacía años estaban
desarrollando exitosamente. No era un mal comienzo para un proyecto de tanta
envergadura. Y las perspectivas eran cada vez más atrayentes: viajes a
Madrid, Santiago, Valencia y Granada. Y para trabajar a gusto y aislados de
toda preocupación nos marchamos en Semana Santa a Larache, donde el
hermano de Manuela trabajaba como profesor en el Colegio Español. Allí entre
sabrosas tajine, suculentas fuentes de camarones y otros mariscos y vigilancia
de la policía secreta de Hasan II, que creía que éramos sindicalistas españoles
que habíamos ido a solidarizarnos con una manifestación de trabajadores que
por aquellos días tuvo lugar, fue tomando forma el Proyecto Chispa.
No sé cuando David descubrió el tarot, pero a Larache se llevó su juego de
cartas. En varias ocasiones hizo tiradas para ver qué decían de Chispa. Y las
cartas siempre fueron adversas. Yo me lo tomaba como un juego divertido
más que nos ayudaba a pasar el rato.
El libro del profesor de para 0-3 años ya lo teníamos redactado y, también,
diseñados los seis libritos de imágenes para los niños. Solo faltaba redactar un
libro de orientaciones para los padres y distribuir el porcentaje que nos
correspondía por la autoria. Nos sorprendió que en aquella reunión Manuela
nos presentara como hecho consumado que una nueva persona se
incorporaba al equipo. Y allí estaba. Cuatro de Granada y tres nosotros: David,
Paco y yo. Y se declaró la tormenta. Manuela quería la parte del león del
porcentaje por ser la coordinadora. Nosotros, que veníamos de la cultura de la
creación colectiva y el reparto igualitario, nos opusimos radicalmente. Los de
Granada, sumisos, defendían a Manuela. Las posturas cada vez más
enconadas. Mors tua, vita mea. Se trataba de ganar-perder. Nuestro tonto
orgullo de profesores universitarios no nos permitía estar subordinados a una
simple maestra. Y nos ganaron. Manuela por su parte, aquella noche había
telefoneado al coordinador de la editorial, que le dio su apoyo. Eso lo intuimos
más tarde pero nadie abiertamente lo confesó. Así que a la mañana siguiente
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