Descargar libro - Monte Ávila Editores

—¿Tú eres el lidercito, no? Eres muy gallo, y estás jugando
al superhéroe. Puede que nosotros te propongamos algún
otro jueguito, te va a divertir horrores, aunque también
vas a tener que trabajar un poco, papito.
Entre la ciudad que iban dejando atrás y la parte alta de
la montaña hacia la cual se dirigían, se extendía una empinada
y pedregosa carretera sin asfaltar. Aquí ya no llovía. Gabriel
se sintió profundamente acongojado. Pensó en Sonia, en
su angustia al enterarse de lo que le había pasado, y también
en la rutinaria civilización de la que se alejaban, la cual ahora
se ofrecía a la imaginación como algo esplendoroso.
A lo lejos, detrás de un espeso conjunto de hierbas y de
matorrales, se veían las primeras construcciones de lo que parecía
un caserío.
—¿Cuál es el programa? —preguntó, haciendo un esfuerzo
por mostrarse a la altura de las circunstancias. Pero
nadie se molestó en contestarle.
Frente a ellos se abría ahora un precipicio. Lo invadió
el pánico. Si lo hacían desaparecer por aquí más nunca lo encontrarían,
no quedarían de él ni huellas. Se imaginó a sí
mismo saltando sobre la maldita mujer que tenía al lado, para
destrozarla, y luego huir de vuelta a su mundo y reintegrarse
a su vida y a su música y a sus salas de concierto.
—El programa es —dijo inesperadamente la mujer—
que después de que rodeemos este acantilado, te vas a encontrar
con un montón de admiradores tuyos, con personas que
te tienen un gran amor, todo el día están pendientes de ti. Un
festival vamos a tener ahí.
Sonó un equipo de radiocomunicación que estaba en el
vehículo. El que manejaba informó escuetamente que el operativo
había sido positivo y que iban okey hacia el lugar indicado.
—Todo se cumplió como estaba previsto —agregó.
Una voz le contestó que okey, entendido, y la comunicación
se interrumpió.
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