“fahrenheit 451” - ray bradbury - Larun Rayun
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Empezó a arrastrar estúpidamente los pies, a hablar consigo mismo. Y, de<br />
repente, dio un respingo y echó a correr. Alargó las piernas tanto como pudo, una<br />
y otra vez, una y otra vez. ¡Dios, Dios! Dejó caer un libro, interrumpió la carrera,<br />
casi se volvió, cambió de idea, siguió adelante, chillando en el vacío de cemento,<br />
en tanto que el vehículo parecía correr tras sus pasos, a sesenta metros de<br />
distancia, a treinta, a veinticinco, a veinte; y Montag jadeaba, agitaba las manos,<br />
movía las piernas, arriba y abajo, más cerca, sudoroso, gritando con los ojos<br />
ardientes y la cabeza vuelta para enfrentarse con el resplandor de los faros.<br />
Luego, el vehículo fue tragado por su propia luz, no fue más que una antorcha que<br />
se precipitaba sobre él; todo estrépito y resplandor ¡De pronto, casi se les echó<br />
encima!<br />
Montag dio un traspiés y cayó.<br />
«¡Estoy listo! ¡Todo ha terminado!»<br />
Pero la caída le salvó. Un instante antes de alcanzarle, el raudo vehículo se<br />
desvió. Desapareció. Montag yacía de bruces, con la cabeza gacha. Hasta él llegó<br />
el eco de unas carcajadas, al mismo tiempo que el sonido del escape del vehículo.<br />
Tenía la mano derecha extendida sobre él, llana. A levantar la mano vio, en la<br />
punta de su dedo corazón una delgada línea negra, allí donde el neumático le<br />
había rozado al pasar. Montag miró con incredulidad aquella línea media, mientras<br />
se ponía en pie.<br />
«No era la Policía», pensó.<br />
Miró avenida abajo. Ahora, resultaba claro. Un vehículo lleno de chiquillos, de<br />
todas las edades, entre los doce y los dieciséis años, silbando, vociferando,<br />
vitoreando, habían visto a un hombre, un espectáculo extraordinario, un hombre<br />
caminando, una rareza, y habían dicho: «Vamos a por él», sin saber que era el<br />
fugitivo Mr. Montag. Sencillamente, cierto número de muchachos que habían<br />
salido a tragar kilómetros durante las horas de luna, con los rostros helados por el<br />
viento y que regresarían o no a casa al amanecer, vivos o sin vida. Aquello era<br />
una aventura.<br />
«Me hubiesen matado -Pensó Montag balanceándose. El aire aún se estremecía y<br />
el polvo se arremolinaba a su alrededor. Se tocó la mejilla magullada- sin ningún<br />
motivo en absoluto, me hubiesen matado.»<br />
Siguió caminando hasta el bordillo más lejano, Pidiendo a cada pie que siguiera<br />
moviéndose. Sin darse cuenta, había recogido los libros desperdigados; no<br />
recordaba haberse inclinado ni haberlos tocado. pasándolos de una a otra mano,<br />
como si fuesen<br />
una jugada de póquer o cualquier otro juego que no acababa de comprender.<br />
«Quisiera saber si son los mismos que mataron a Clar¡sse.»<br />
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