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Así las cosas: tomé el camino que llevaba Don Qui-<br />
jote de la Mancha. Al cabo de mucho andar, vine a<br />
dar con él, frente al mar, en las playas de Barcelona.<br />
Apenas le di tiempo, como la ocasión pasada, de<br />
concertar las condiciones del reto. El Caballero de la<br />
Blanca Luna, le dije, sostiene con la punta de su<br />
espada que su dama, "cualquiera que sea", es sin<br />
comparación "más hermosa que Dukinea del Toboso".<br />
Arremetimos el uno contra el otro. No tuve necesidad<br />
de tocar a Don Quijote: al encontrarnos, vino a tierra<br />
con caballo y todo. Le puse la lanza en las narices.<br />
Aunque accedí a reconocerle la superioridad de Dul-<br />
cinea, le impuse la pena de recogerse, por dos años,<br />
en su aldea. Yo salí corriendo; no quería que me<br />
reconociera.<br />
Ahora, logrado mi propósito, lo estoy esperando.<br />
Mejor dicho: lo esperamos, con gran ansiedad, Su<br />
Reverencia, el bueno de Maese Pedro, la señora Ama<br />
y Antonia. Don Quijote de la Mancha llegará de un<br />
momento a otro. Ya aquí, recogido en su casa, procu-<br />
raremos, entre toclos, su remedio. Queremos que, de-<br />
jando sus locuras, vuelva a ser, como antes, el honra-<br />
do, cordial hidalgo Don Alonso Quijano.