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pedro pablo paredes

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ascuas. Pensé descansar allí, y he aquí que, de pronto,<br />

descubro dos cosas que me han dejado pasmado.<br />

Un caballero que dice llamarse Don Quijote de la<br />

Mancha y que, según él mismo, es de la especie de<br />

los andantes, llevaba puesta, a manera de celada, mi<br />

bacía. Y un escudero llamado Sancho Panza, que lo<br />

es de Don Quijote, monta su burro justamente sobre<br />

mi albarda. A mi doble reclamo, se llegaron todos.<br />

El caballero jura que mi bacía no es bacía; sino el<br />

yelmo de un tal Mambrino; y que lo ganó en fiera<br />

y desigual batalla. El escudero, puesto en las mismas,<br />

afirma que mi albarda no es albarda; sino jaez de<br />

caballo.<br />

Yo estaba, de veras, entre confuso e indignado.<br />

Confuso porque estuvieron contra mi opinión todos.<br />

Así los demás caballeros que allí estaban de paso,<br />

como las damas que los acompañaban. ¿Pueden uste-<br />

des creérmelo? Había allí, también un señor Cura.<br />

El Licenciado Pedro Pérez. Así se llamaba, a lo que<br />

entiendo. Pues este señor Cura, muy a pesar de las<br />

órdenes recibidas, dijo, afirmó, discutió, garantizó<br />

y juró, no tanto que mi albarda no es albarda, cuanto<br />

que mi bacía no es bacía sino yelmo de Mambrino.<br />

Yo estaba descorazonado. Más todavía tuve que sen-<br />

tirme cuando un colega barbero que, por acaso, allí<br />

se encontraba entrometido, se puso, él también, de<br />

parte de mis contrincantes. Aquello fue increíble. Yo<br />

sostenía una cosa; mi colega sostenía, con toda firme-<br />

za y convicción, la contraria. Por él, quién lo hubiera

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