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nos tenía a todos embelesados. Jamás habíamos visto<br />
tantas armas juntas. Jamás habíamos visto, tampoco,<br />
tal conjunción de categorías como la que forman el<br />
amo y el criado. Y esto es nada. Jamás habíamos escu-<br />
chado semejante máquina de retóricas. Todo el tiem-<br />
po se iba, materialmente, oyendo hablar a tan extra-<br />
ños personajes. Nosotros no entendíamos nada, es la<br />
verdad. Era la primera vez que oíamos hablar de caba-<br />
lleros y de escuderos, de batallas y de princesas. Yo<br />
debo ser sincero, con perdón de mis compañeros: no<br />
entendí una sola cosa de cuanto hablaron, mientras<br />
comían, nuestros dos invitados. .<br />
No lo he dicho, todavía, todo. Al final de<br />
la cena, el caballero alzó un ramo de bellotas<br />
hacia el cielo. Se quedó, con "los ojos atravesados",<br />
mirándolas con suma atención. Y, de pronto, sin aviso<br />
alguno, se descolgó en una larga perorata. Habló<br />
de siglos de oro; de tuyo y mío; de siglos dichosos;<br />
de no recuerdo ya cuántas zarandajas más. Cuando<br />
acabó el discurso, pareció fatigado. Mis compañeros<br />
y yo, especialmente yo, nos quedamos en la luna<br />
como dice el refrán. Más bien tuvimos una sospecha.<br />
Me da pena decirla. Creo que ese señor andante no<br />
debe andar muy bien de la cabeza.<br />
Menos mal que del apuro nos sacó Antonio. An-<br />
tonio es el más joven de nosotros. Anda, por razones<br />
de edad, enamorado. Toca el rabel que es una bendi-<br />
ción; canta como un ángel. Pues bien. Antonio com-<br />
pletó el agasajo que le hicimos a nuestro huésped.<br />
Cantó el romance que le tiene compuesto a Olalla, que