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EL TRADUCTOR<br />
Esta impreqta barcelonesa, que tanto quiero, pm<br />
en la puerta, justo sobre el dintel: "Aquí se Imprimen<br />
Libros". Casi no salgo de aquí. Me atan a tan grato<br />
taller razones especificas de oficio. No soy impresar.<br />
No. El impresor, precisamente, es rnapifico y grande<br />
amigo mío. Yo soy traductor. Le he dedicado mis<br />
empeños, toda la vida, a tan difícil arte. Dificil, digo,<br />
y, como dicen por ahí, desagradecido. Todos celebran,<br />
con entusiasmo y justicia, al autor original; lo llevan<br />
sobre la coronilla. Pero, a la vez, todos cargan de<br />
reproches al traductor; al traductor le cargan todas . .<br />
los defectos de la obra. Y no hay, naturalmente, caso.<br />
Los italianos, por eso, han acuñado frase lapidaria:<br />
traductor, traidor.<br />
Mientras corregía un libro que he traducido del<br />
toscano en nuestro vulgar castellano, "La Bagatelle",<br />
se ha presentado aquí, de visita, un sonado caballero<br />
andante. Aquél cuya historia nos ha contado, con ma-<br />
ravillosa puntualidad, Cervantes. Habló con el impre-<br />
sor. Se detuvo, algún rato, conmigo. Me comentó, por<br />
todo lo alto, la aventura que son las traducciones.<br />
Con tanta gracia como desparpajo. Con real acierto,<br />
.<br />
A4<br />
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