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o en su lecho. Le hablé de muchas cosas.<br />
Entre éstas, del desaguisado que cierto labrador le<br />
tiene hecho a mi hija. Lo malo fue que se me fue<br />
la lengua. Le conté a Don Quijote ciertas cosas, que no<br />
me podía callar, de Altisidorilla; y ciertos secretos de<br />
mi señora la Duquesa. Ahí fue Troya. Nos cogieron,<br />
sorpresivarnente, al caballero y a mí, a chinelazos<br />
y a pellizcas. En medio de la oscuridad, no podíamos<br />
defendernos. Nos dejaron hechos unas físicas piltra-<br />
fas. Y, lo peor del caso; sin haber podido saber quié-<br />
nes; y pasado el brollo, sin poder echar el cuento.<br />
He insistido en salir de mis confusiones. Le he<br />
pedido a Don Quijote que le deshaga el agravio que<br />
ya conoce a mi hija. Ha aceptado, sin vacilar. El señor<br />
Duque prometió citar al malo del labrador. Para que<br />
. rinda cuenta. en reto con Don Quijote, de sus malas<br />
andanzas. El reto se ha realizado. ¿No decía yo que<br />
no sé qué hacer en mis dudas? Ahora me he quedado<br />
peor que nunca. Acudimos, toda la gente de palacio,<br />
al campo donde el famoso duelo habría de volver la<br />
honra a mi hija. Tomaron el espacio necesario los<br />
contendientes. A la señal de ataque, como se acos-<br />
tumbra en estos casos, se acometieron. Acometió<br />
Don Quijote, mejor dicho. El labrador se quedó cla-<br />
vado en su puesto. No movió el caballo ni enristró<br />
la lanza. Sino que, en altas e inteligibles razones, dio<br />
palabra de casamiento a mi hija. Fue entonces cuando<br />
se quitó la celada. ¿Quién era? Nada menos que el<br />
lacayo Tosilos. Yo me quedé espantada; mi hija con-<br />
fusa; mi señor Duque hecho una furia. Pero no hubo<br />
caso. Don Quijote dice que cuanto le acurre le ocurre<br />
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