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Las primeras telas de Vicente y Simonetta - Museos de Buenos Aires

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Le mouchoir<br />

d’oberkampf<br />

En los afanosos intentos iniciales <strong>de</strong> dar vida a tantas imágenes guardadas en nuestra memoria o en las<br />

reproducciones <strong>de</strong> algún libro, <strong>de</strong>scubrimos en la Biblioteca <strong>de</strong>l Museo <strong>de</strong> Bellas Artes <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>, un<br />

documento que nos <strong>de</strong>slumbró. Eran diseños sobre papel hechos en su mayoría por Christophe-Philippe<br />

Oberkampf. inspirándose en mo<strong>de</strong>los indios y persas, editados por Les Arts Déco en Paris a principios <strong>de</strong><br />

los años 30 <strong>de</strong>l siglo XX.<br />

¿Qué sabíamos entonces <strong>de</strong> Oberkampf? Casi nada; alguna referencia bibliográfica, algún atisbo <strong>de</strong> sus<br />

<strong>telas</strong> que <strong>de</strong>coraban alguna casa <strong>de</strong> nuestra infancia, el nombre Jouy... Habíamos inventado un personaje<br />

que luego resultó ser muy parecido al Oberkampf <strong>de</strong> carne y hueso. Tenaz, enamorado <strong>de</strong> su trabajo,<br />

inclinado sobre la mesa <strong>de</strong> estampación y sobre la cuna <strong>de</strong> sus hijos... Todo un mo<strong>de</strong>lo.<br />

Con la inconsciencia <strong>de</strong> los ignorantes y también con una suerte <strong>de</strong> inocencia, emprendimos la tarea <strong>de</strong> convertir<br />

en <strong>telas</strong> esas imágenes cautivantes, como una manera <strong>de</strong> volver más real un mundo <strong>de</strong>l cual solo teníamos tenues<br />

visiones fantasmales, inmersos como estábamos en una cultura construida casi siempre sobre referencias.<br />

Contábamos con medios vacilantes y primitivos: unas hojas <strong>de</strong> acetato, un par <strong>de</strong> marcos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />

torpemente realizados, pocos colores... <strong>Vicente</strong> había trabajado anteriormente en técnicas textiles <strong>de</strong> teñido,<br />

estarcido y pintura sobre <strong>telas</strong>, y luego había realizado experiencias <strong>de</strong> serigrafía, pero la estampación,<br />

como técnica autónoma -¡y vaya si lo es!- nos era casi <strong>de</strong>sconocida. La mesa sobre la cual estampábamos<br />

era, en realidad, una plancha <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra aglomerada <strong>de</strong> tres metros por uno, cubierta con un centímetro <strong>de</strong><br />

espuma <strong>de</strong> poliuretano, un moletón y una gabardina <strong>de</strong> algodón. Sobre esta mesa, hoy en el Museo <strong>de</strong> Bellas<br />

Artes <strong>de</strong> Luján, en la Provincia <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>, estampamos casi todas las <strong>telas</strong> <strong>de</strong> esta colección.<br />

Los negativos dibujados a mano sobre acetato fueron terminados vorazmente, como en trance, pero las<br />

pantallas –todavía no les llamábamos schabblones- opusieron toda clase <strong>de</strong> resistencias. A la escasa<br />

calidad <strong>de</strong> los marcos se sumaba la ina<strong>de</strong>cuada trama <strong>de</strong> la tela. Pasaron horas hasta que nos dimos cuenta<br />

<strong>de</strong>l tiempo exacto <strong>de</strong> exposición en el grabado <strong>de</strong> las pantallas. Revelarlas fue otro rosario <strong>de</strong> dificulta<strong>de</strong>s.<br />

¿Y dón<strong>de</strong> lavarlas? Por fin, <strong>de</strong>scubrimos que nuestro cuarto <strong>de</strong> baño podía ser un lugar a<strong>de</strong>cuado aunque<br />

las manchas <strong>de</strong> bicromato <strong>de</strong> potasio llegaran casi al cieloraso.<br />

Era <strong>de</strong> noche cuando finalmente nos pareció que las pantallas podrían ser usadas. <strong>Las</strong> pusimos a secar y<br />

comenzamos a limpiar los testimonios <strong>de</strong> aquella batalla. Al día siguiente, un sábado, estampamos nuestro<br />

primer trozo <strong>de</strong> tela.<br />

Durante mucho tiempo creímos que el tejido <strong>de</strong> base era seda natural. Resultó ser sintética, posiblemente<br />

quiana. Los colores son crudos y poco modulados, fruto <strong>de</strong> la inexperiencia y <strong>de</strong> la mediocre calidad <strong>de</strong><br />

los pigmentos. Ignorábamos el largo y lento camino a recorrer para lograr un matiz. El registro, si se pue<strong>de</strong><br />

hablar <strong>de</strong> registro, se consiguió casi por milagro: sabíamos que había que superponer los colores, pero no<br />

cómo, la pantalla tapaba el dibujo y la ubicación <strong>de</strong>l siguiente se hacia a ciegas. Ensamblar los cuatro lados<br />

<strong>de</strong>l pañuelo nos llevó muchísimo tiempo. La tinta se secaba, obstruyendo la tela. Lavábamos la pantalla,<br />

la secábamos con un secador <strong>de</strong> pelo –que acabó quemándose- volvíamos a empezar, una y otra vez. En<br />

nuestro afán chocábamos el uno contra el otro, torpemente. Pero, la gran regla era —es— seguir a<strong>de</strong>lante.<br />

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