Las primeras telas de Vicente y Simonetta - Museos de Buenos Aires
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Lorenzo<br />
as <strong>de</strong>signer<br />
Durante años no sentimos un <strong>de</strong>seo profundo <strong>de</strong> ser padres. Nos preguntábamos si es verdad que existe<br />
un instinto maternal o paternal —en <strong>de</strong>finitiva es lo mismo— o si se trata, una vez más, <strong>de</strong> una convención<br />
cultural. La necesidad <strong>de</strong> tener un hijo apareció tar<strong>de</strong>, cuando ya llevábamos cinco años <strong>de</strong> casados época<br />
en la que, lograda una mínima estabilidad, el recién nacido podía ser atendido sin que ello significara<br />
sacrificios adicionales. Decidir traer un niño a este mundo, no fue, <strong>de</strong> entrada, una tarea fácil, ni mucho<br />
menos. En primer lugar, no hemos resultado <strong>de</strong>masiado fértiles: la tarea <strong>de</strong> concebir fue todo un trabajo.<br />
Muy placentero, pero trabajo al fin.<br />
Del embarazo, la sensación que recordamos más claridad era que algo maravilloso y ajeno estaba pasando<br />
y que <strong>Simonetta</strong> prestaba su cuerpo para que un ser nuevo y diferente <strong>de</strong> nosotros pasara través <strong>de</strong><br />
él, pero que a ambos nos correspon<strong>de</strong>ría la tarea <strong>de</strong> convertirlo en un ser humano. La afinidad con esa<br />
persona invitada, con ese hijo, más la amistad, el cariño y el respeto fueron algo que hubimos <strong>de</strong> hacer,<br />
poco a poco, cada día. Otro trabajo.<br />
A los dos años, Lorenzo dibujaba libremente sobre el acetato, con increíble velocidad. Realizó cerca <strong>de</strong> cien<br />
motivos, y en su media lengua nos contaba otras tantas historias. New York, su mamá, los automóviles, un<br />
conejito, las bananas, el sol, nuestra amiga Graciela Scmielovicz… todos los personajes que habitaban su<br />
mundo maravilloso.<br />
Lorenzo trabajaba con nosotros, nosotros jugábamos con él. Los límites entre juego y trabajo nunca fueron<br />
muy rígidos. En el momento <strong>de</strong> la estampación <strong>de</strong> las <strong>telas</strong>, Lorenzo, colgado a espaldas <strong>de</strong> su papá elegía<br />
los colores en los que <strong>de</strong>bían ser interpretadas sus historias. Recordamos con asombro la coherencia y<br />
la seguridad <strong>de</strong> sus elecciones. Para realizar “El efecto Banana” quiso copiar exactamente el color <strong>de</strong> un<br />
plátano maduro y se indignó cuando propusimos la versión en azules.<br />
Lorenzo se <strong>de</strong>sinteresó muy pronto <strong>de</strong> sus diseños, aunque no <strong>de</strong> la estampación, ni <strong>de</strong> sus obras<br />
terminadas. A los cuatro años dijo a una clienta interesada en su “¿Te acordás <strong>de</strong> New York? —“Esta tela<br />
es muy elegante, señora, la hice cuando era chico”.<br />
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