Las primeras telas de Vicente y Simonetta - Museos de Buenos Aires

Las ocas
de Medoun
Agotado el material copto, estampamos algunos diseños provenientes de cerámicas de Grecia arcaica
que no resultaban adecuados para la decoración mientras los transpusiéramos literalmente y que allí
se quedaron. En este punto, sería interesante señalar que a lo largo de la investigación histórica surgen
imágenes de gran riqueza, la cuales, sin embargo se empobrecen al recrearlas, copias sin alma que
recuerdan esos objetos de venta para el turismo. Algunas experiencias nos dejaban poco satisfechos.
Era necesario ahondar más, aunque no sabíamos muy bien cómo. Hoy vamos comprendiendo que es
imprescindible encontrar un punto donde la imagen recibida se hace nuestra y desde allí devolverla con un
gesto sostenido internamente. Isadora Duncan decía que podría bailar un sillón, dando a entender que si
captamos la estructura esencial de un objeto podemos expresarla en cualquier otra forma. Mucho más fácil
de formular que de conseguir, este postulado no siempre nos ha acompañado. Copiar —mal o bien— es
una tarea consciente y como tal puede aprenderse y practicarse, mientras que esta acción de incorporar
algo tan sutil como una imagen hace intervenir áreas que escapan a nuestra percepción cotidiana, pero que
actúan con la precisión de una ecuación química.
Las ocas de Medoun es un fresco egipcio que se remonta al tercer milenio A.C. Fue encontrado en una
tumba donde formaba un friso de gran elegancia dentro de su simple naturalismo. Lo estampamos en una
banda de más de dos metros en todos los colores del espectro. Fue un éxito. Tenía una frescura y una
inmediatez que se adecuaba a cualquier ambiente, incluidos los infantiles.
En aquellos años el tema de decoración e indumentaria para los niños parecía limitarse solo a dos vertientes
que bautizamos como “el Bebé Dior”, de linones, puntillas y nido de abeja y “el Bebé Boxeador”, de
colorines estridentes y materiales sintéticos. El diseño de las ocas, liviano a causa de su estilización y
colorido, no tenía la sempiterna y edulcorada ñoñería de los productos “para los niños”. Y aunque emanaba
de él un aura de innegable seriedad descubrimos que a los pequeños les encantaba.
Nuestro éxito con las imágenes nos envalentonó y fuimos incorporando colores inéditos para los más
pequeños. Cambiamos el rosa y el celeste de toda la vida por combinaciones más atrevidas de marrón con
rojo tomate, lilas de todos los matices con verde oliva y, sobre todo, amarillo. Amarillo con prácticamente
todos los colores. En la naturaleza los colores están todos juntos, y conviven de manera armoniosa.
¿Por qué no en las obras humanas? Solamente hay que iluminarlos con la misma luz. Y en el caso de la
estampación encontrar el justo matiz de cada uno.
Durante mucho tiempo el amarillo ha sido nuestro color predilecto, lo mismo que el celeste agrisado y un
beige rosado que bautizamos “rosa Simonetta”. Fue en esa época que comenzamos a dar a los colores
nuevos el nombre de la primera persona a la cual estaba destinado. Al “rosa Simonetta” se agregaron el
“verde Patricia”, por Patricia Bordeu, el “rojo Carmencita” por Carmencita Ezcurra, el “azul Victoria”…vaya
a saber por quién.
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