Las primeras telas de Vicente y Simonetta - Museos de Buenos Aires

El pavo de
Palermo
Como el Jano, esta tela fue tomada del libro de Falke, con la misma concentrada intensidad.
El pavo de Palermo (Pero ¿es un pavo? ¿Y de Palermo?) es, en origen, una seda del siglo XII realizada
quizá en Sicilia, quizá en España. Poco nos importaba, conmovidos por la perfección del diseño, por esos
animales enfrentados, tan del gusto bizantino cuyas colas desplegadas se tocan en la parte superior, por
el misterio de esa inscripción en caracteres cúficos --que resultó ser una bendición--, por su extraordinario
equilibrio... Dos años después, en l979, en una gaveta del Museo de Cluny, fue el primer fragmento que
nos salió al encuentro. El colorido de fuertes contrastes —rojos, azules, amarillos— nos sorprendió dado
que la fotografía de Falke no transmitía esa intensidad. Educados en un universo de reproducciones, la
realidad nos desconcertaba. Enamorados —y como tales un poco ridículos— teníamos la sensación de
estar recreando el mundo. Nos sentíamos los primeros seres que descubrían esa tela, a pesar de ser una
de las piezas más difundidas de la historia del textil.
No tardamos en darnos cuenta de que carecíamos de los medios técnicos y del conocimiento suficiente
como para hacer una transposición al estampado de esta seda tejida, pero superado ese primer momento
decidimos abordarla con todo lo que podíamos y sabíamos, aunque fuera poco. En honor de la verdad,
no nos importaba hacer telas bonitas y en última instancia tampoco hacer telas, en el sentido estricto del
término. Lo nuestro era, más bien, una manera de contarles a los demás que esas obras existían. Esta
actitud, que luego fue casi una regla, nos ayudó a encontrar una imagen personal en la resolución de los
textiles históricos. Tratando de captar su esencia, su espíritu, privilegiamos el diseño resolviéndolo en uno o
dos tonos casi siempre en la gama de tierras o con emulsiones metálicas oxidadas, procedimiento que les
confería un toque de intemporalidad. Fuimos los primeros sorprendidos ante el hecho de que nuestras telas
nacieran viejas y que se adaptaran tanto a muebles de época como a los de diseño contemporáneo. No
habían sido hechas con intención comercial, no seguían la moda y sin embargo, de la noche a la mañana,
apareció un público dispuesto a darles un lugar en sus casas lo que en parte se explica por esa sed de
antigüedad que caracteriza a las sociedades nuevas, pero que no sirve para justificar su presencia, todavía
con una imagen vacilante, en espacios cuyos detalles se cuidaban hasta el delirio. ¿Habrá completado
nuestro amor las carencias de las telas?
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