Canasta de cuentos mexicanos - Biblioteca UTHH
Canasta de cuentos mexicanos - Biblioteca UTHH
Canasta de cuentos mexicanos - Biblioteca UTHH
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
De hecho nunca tuve intención <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>r los perritos. Como la madre era la única <strong>de</strong> su<br />
especie en el distrito, los cachorros salieron una cruza horrible, los que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego y<br />
precisamente por esta razón resultan más a<strong>de</strong>cuados para estas regiones tropicales que los<br />
perros <strong>de</strong> raza fina. De momento no sabía exactamente qué hacer con ellos. Quería dos para<br />
mí, los otros tres, sin embargo, no podía regalarlos, pues ello habría sido mal entendido por<br />
estas gentes, cosa que habría terminado por hacerme quebrar tanto financiera como<br />
moralmente.<br />
Sé por experiencias no muy halagüeñas, que regalar algo que tiene cierto valor sólo nos<br />
causa dificulta<strong>de</strong>s.<br />
Al día siguiente vendrían <strong>de</strong>l pueblo cinco hombres a pedirme un perro. Dirían: "¿Por<br />
qué le dio usted a ese ladrón <strong>de</strong> Crescencio ese perrito tan bonito? El nunca le ha hecho<br />
ningún favor y sólo anda murmurando <strong>de</strong> usted, en cambio, señor, recuer<strong>de</strong> que yo le presté<br />
mi caballo el otro día y que no le cobré ni un centavito por ello."<br />
Otro diría: "¿Por qué no me da a mí un perrito, señor americano? ¿No fui yo quien le<br />
trajo sus cartas <strong>de</strong>l correo la semana pasada pa' que usted no tuviera que ir en medio <strong>de</strong><br />
aquel calor terrible hasta el pueblo?"<br />
Otro, hubiera interpretado como un insulto el hecho <strong>de</strong> que no le hubiera yo obsequiado<br />
un perro, habiéndolo hecho con otros cinco hombres a quienes él consi<strong>de</strong>raba como a sus<br />
peores enemigos, alegando ser tan honesto como los otros habitantes <strong>de</strong>l pueblo y tener el<br />
mismo <strong>de</strong>recho que tenían los por mí favorecidos.<br />
y cuando hubiera dado todos los perros, vendría algún campesino a pedirme uno <strong>de</strong> los<br />
dos chivitos recién paridos por mi cabra, pues, ya que había yo regalado todos los perros<br />
¿por qué razón no podía yo honrarlo a él, mi mejor amigo, entre todos aquellos que se<br />
habían impuesto a mi estupi<strong>de</strong>z? Y si no le daba el chivito, sus amigos insistirían en que yo<br />
seguramente lo consi<strong>de</strong>raba un bandido, un cruel asesino, no merecedor <strong>de</strong> un regalo mío, y<br />
así, por mi culpa, per<strong>de</strong>ría su reputación honrada en el pueblo.<br />
Sabedor <strong>de</strong> todas estas cosas, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mis largas estancias entre aquellas gentes,<br />
tenía que obrar <strong>de</strong> acuerdo con lo que la experiencia me dictaba. Así, pues, no tenía tiempo<br />
que per<strong>de</strong>r y con mayor brusquedad <strong>de</strong> la necesaria dije:<br />
—Crescencio, el perrito le costará un peso plata, y a menos que traiga el dinero, no<br />
podrá llevárselo. Debe usted compren<strong>de</strong>r, Crescencio, que estos perros me han costado<br />
bastante por la leche, el arroz y la carne que se comen. Lo siento, pero tendrá usted que<br />
<strong>de</strong>jarlo y traer el peso primero.<br />
Crescencio colocó al perrito cuidadosamente junto a su madre quien lo recibió con gran<br />
satisfacción, lamiéndole la piel como para quitarle el mal olor que le <strong>de</strong>jara Crescencio, que<br />
aparentemente no era muy <strong>de</strong>l agrado <strong>de</strong> la madre, pues ella le miró <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l baño como<br />
diciendo: "Ahora, hombre, no vuelva a tocarlo, porque ya está limpio y quiero que dure así<br />
siquiera un rato. Ya pue<strong>de</strong> irse, porque la función ha terminado."<br />
Evi<strong>de</strong>ntemente, hasta aquel momento terminó Crescencio sus difíciles reflexiones,<br />
juzgando por el tiempo en que se tardó en contestar:<br />
—Yo le consi<strong>de</strong>raba a usted como un buen cristiano, señor, y siento en lo más<br />
profundo <strong>de</strong>l alma haber <strong>de</strong>scubierto que no lo es usted. ¿Cómo pue<strong>de</strong> ser tan cruel y<br />
<strong>de</strong>spiadado? ¿Cómo le es posible arrebatar <strong>de</strong> mis brazos a este pobre animalito in<strong>de</strong>fenso?<br />
¿No se da cuenta <strong>de</strong> lo mucho que ya me quiere? ¿No se fijó que no quería <strong>de</strong>jarme y<br />
volver al duro suelo? Usted <strong>de</strong>bió haberlo visto, señor; seguramente que lo vió.<br />
—Traiga usted el peso y tendrá el perro. —¿Todos cuestan un peso? —preguntó<br />
Crescencio <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> meditar.<br />
—No, éste no —dije señalando a uno al acaso—, éste le costará ocho reales.<br />
(Ocho reales hacen exactamente un peso.)<br />
—¿Ocho reales? —repitió Crescencio—. Ocho reales es muy poco por un perrito tan<br />
bonito. De cualquier modo prefiero el que había tomado, ya pue<strong>de</strong> ladrar y tiene una voz<br />
fuerte. Veo claro lo que va a hacer con los ladrones. No, señor; no me ven<strong>de</strong>rá usted el otro