Canasta de cuentos mexicanos - Biblioteca UTHH
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—Lo siento, don Epifanio, pero yo también lo necesito todo el día.<br />
Sin cambiar el tono <strong>de</strong> su voz con toda cortesía dijo:<br />
—Ese burro es mío. Y estoy seguro <strong>de</strong> que un caballero digno y educado como usted<br />
no tratará <strong>de</strong> quitarle a un pobre indio, que no sabe ni leer ni escribir, su burrito. Usted es<br />
todo un caballero y no hará nunca cosa semejante. No puedo ni creerlo, per<strong>de</strong>ría la fe en<br />
todos los americanos y mi corazón se llenaría <strong>de</strong> tristeza.<br />
—Don Epifanio, no dudo <strong>de</strong> sus palabras, pero este burro es mío, se lo compré a Ofelio<br />
por cuatro pesos.<br />
—¿A Ofelio, dice usted, señor? ¿A él, a ese ladrón embustero? Es un canalla, un<br />
<strong>de</strong>sgraciado, un bandido. Acostumbra robar la leña a la gente honrada que ningún daño le<br />
ha hecho, eso es lo que acostumbra hacer ese bandolero. Y ahora lo ha estafado a usted. No<br />
tiene honor, no tiene vergüenza, le ha vendido a usted este pobre burrito a sabiendas <strong>de</strong> que<br />
es mío. Yo crié a este animal, su madre era mía también y ese ladrón <strong>de</strong> Ofelio lo sabe bien.<br />
Pero escuche usted, señor, yo soy un ciudadano honrado, pobre pero muy honrado. Soy un<br />
hombre <strong>de</strong>cente y que la Virgen Santísima me llene <strong>de</strong> viruelas inmediatamente si miento.<br />
Ahora, si usted quiere, puedo ven<strong>de</strong>rle el burro, y quedamos como buenos vecinos y<br />
amigos. Se lo daré por siete pesos, aun cuando vale más <strong>de</strong> veinticinco. Yo no soy un<br />
bandido como Ofelio, ese asesino <strong>de</strong> mujeres. Se lo ven<strong>de</strong>ré muy barato, por nueve pesos.<br />
—¿No dijo, sólo hace medio minuto, siete pesos?<br />
—¿Dije siete pesos? Pos bien, si dije siete pesos,<br />
que sea esa la cantidad. Yo nunca me <strong>de</strong>smiento y jamás engaño.<br />
Algo me hizo maliciar la prisa con la que Epifanio trataba <strong>de</strong> inducirme a cerrar el trato<br />
y pensé que antes <strong>de</strong> pagarle sería conveniente que me diera pruebas <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>rechos sobre<br />
el burro. Pero él no quiso darme tiempo para hacer investigaciones, me pidió una respuesta<br />
inmediata y categórica. Si era negativa, lo sentía mucho, pero tendría que ir a <strong>de</strong>nunciarme<br />
ante el alcal<strong>de</strong> por haberle robado su burro y no cejaría hasta que los soldados vinieran y<br />
me fusilaran por andar robando animales.<br />
Nos hallábamos discutiendo el asunto a fin <strong>de</strong> encontrar una solución que conviniera a<br />
ambos, cuando otro hombre que venía <strong>de</strong>l pueblo se aproximó.<br />
Epifanio lo <strong>de</strong>tuvo.<br />
—Hombre, Anastasio, compadre, diga usted ¿no es mío este burro?<br />
——Cierto, compadre; podría jurar por la Santísima Madre que el animal es suyo,<br />
porque usted me" lo ha dicho.<br />
—Ya ve usted, señor. ¿Tengo razón o no la tengo? Dígame.<br />
Epifanio pareció crecer ante mis ojos.<br />
¿Qué podía yo hacer? Epifanio tenía un testigo que habría jurado en su favor.<br />
Regateamos largo tiempo, y al caer la noche quedamos <strong>de</strong> acuerdo en que fueran dos pesos<br />
veinticinco centavos. Los dos hombres me acompañaron a mi casa, en don<strong>de</strong> Epifanio<br />
recibió su dinero. Una vez que lo aseguró, atándolo con una punta <strong>de</strong> su pañuelo rasgado,<br />
se fue lamentándose <strong>de</strong> haber sido víctima <strong>de</strong> un abuso ya que el burro valía diez veces<br />
más, y diciendo que ellos habrán <strong>de</strong> ser eternamente explotados por los americanos, quienes<br />
ni siquiera creen en la Santísima Virgen y que sólo se <strong>de</strong>dican a engañar y a estafar a los<br />
pobres indios campesinos.<br />
Al domingo siguiente, por la tar<strong>de</strong>, vagaba <strong>de</strong>scuidadamente por el pueblo y por<br />
casualidad pasé frente al jacal que habitaba el alcal<strong>de</strong>. Este se mecía en una hamaca bajo el<br />
cobertizo <strong>de</strong> palma <strong>de</strong> su pórtico.<br />
—¡Buenas tar<strong>de</strong>s, señor americano! —gritó—o ¿No quiere usted venir y <strong>de</strong>scansar un<br />
momentito a la sombra? Hace muchísimo calor y a nadie le conviene caminar al sol a estas<br />
horas. Está usted comprobando el viejo dicho que dice: "Gringos y perros caminan al sol."<br />
—y rió <strong>de</strong> corazón agregando—: Perdone, señor, no quise ofen<strong>de</strong>rlo, es sólo un <strong>de</strong>cir <strong>de</strong><br />
gente sin educación; tonterías, ¿sabe? Siéntese cómodo, señor, ya sabe que está en su casa y<br />
que estamos aquí para servirle.