Canasta de cuentos mexicanos - Biblioteca UTHH
Canasta de cuentos mexicanos - Biblioteca UTHH
Canasta de cuentos mexicanos - Biblioteca UTHH
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>de</strong>silusionado, pues siempre me atribuí la facultad <strong>de</strong> leer los pensamientos <strong>de</strong> los indios<br />
con tanta facilidad como quien lee en un libro abierto.<br />
Había caminado alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> cincuenta pasos cuando se <strong>de</strong>tuvo y volviéndose dijo:<br />
—De paso, señor míster, ¿no cree usted justo pagar algo a<strong>de</strong>lantado a Eulalia? Como<br />
usted compren<strong>de</strong>rá, señor, ella tiene que hacer algunos gastos para arreglar sus cositas.<br />
Tendrá que comprar un <strong>de</strong>lantal nuevo o sabe Dios qué necesite; ya su madre sabrá <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>.<br />
Creo que con medio mes <strong>de</strong> sueldo le alcanzará.<br />
—Mire, Crescencio; no le puedo hacer ningún a<strong>de</strong>lanto porque no conozco a Eulalia, ni<br />
siquiera sé si ella está dispuesta a venirse a trabajar para mí. Pue<strong>de</strong> ocurrir que no nos<br />
entendamos y que yo tenga que regresársela. No, Crescencio, no le pagaré nada a<strong>de</strong>lantado,<br />
ya recibirá su sueldo al final <strong>de</strong> cada semana si así lo <strong>de</strong>sea, pero hacerle a<strong>de</strong>lantos,<br />
<strong>de</strong>finitivamente no.<br />
Crescencio al parecer se hallaba preparado para mi contestación negativa, porque no se<br />
afectó, mostrándose, por el contrario, afable y diciendo:<br />
Hasta aquí INICIA LA 2ª PARTE<br />
—Pero, señor. ¿He <strong>de</strong> ser yo, un pobre indio ignorante, quien haya <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a usted las<br />
verda<strong>de</strong>s acerca <strong>de</strong> este mundo? Ya es costumbre bien conocida que cuando se contrata a<br />
una criada se le paga un pequeño a<strong>de</strong>lanto, podría <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> que casi es una costumbre<br />
sagrada, algo que se hace para cerrar bien un trato. De otra manera no quedaría prueba<br />
alguna <strong>de</strong> él, sobre todo en este caso, ya que yo no sé ni leer ni escribir. Yo creo que con<br />
dos pesos la cosa queda bien. ¿Qué le parece, señor?<br />
—Bueno, Crescencio; ya que eso es aquí una costumbre, y para <strong>de</strong>mostrarle que no<br />
pretendo contra<strong>de</strong>cir los usos <strong>de</strong> las gentes <strong>de</strong> este lugar, le daré algo a<strong>de</strong>lantado, pero no<br />
más <strong>de</strong> un peso plata para ratificar nuestro trato.<br />
Fui a traer el peso y lo entregué a Crescencio.<br />
Ello tomó, lo mordió para cerciorarse <strong>de</strong> que no era <strong>de</strong> plomo y dijo:<br />
—¡Mil gracias, señor míster! —Después <strong>de</strong> lo cual salió.<br />
Nuevamente, no había caminado mucho cuando regresó. Esta vez mirando a los<br />
cachorros como si tratara <strong>de</strong> hipnotizados.<br />
Sin <strong>de</strong>cir palabra se aproximó a ellos, y con movimiento seguro tomó aquel que con<br />
anterioridad había tenido en los brazos el día anterior.<br />
—Perrito lindo —dijo sonriendo y acariciándolo—. De ayer a hoy ha crecido algo,<br />
¿verdad, señor? ¡Mírele qué dientes más afilados!<br />
Le tocó la <strong>de</strong>ntadura con los <strong>de</strong>dos y, haciendo gestos cómicos, gritó:<br />
—¡Oh, ah, bichito travieso! ¿Por qué me muer<strong>de</strong>s?, ¡diablillo! No, no, no muerdas los<br />
<strong>de</strong>dos <strong>de</strong> tu amo, porque todavía me sirven.<br />
Mirándome <strong>de</strong> reojo y con los <strong>de</strong>dos aún en la boca <strong>de</strong>l perrito, dijo:<br />
—¡Caramba, señor; tiene dientes afilados, parecen cuchillos! Mire, fíjese cómo lucha<br />
para escaparse <strong>de</strong> los brazos <strong>de</strong> su amo. Pero no lo lograrás, mañoso, no lo lograrás; no,<br />
señor. Por la Santísima, éste sí que hará un buen cazador <strong>de</strong> bandidos, y en a<strong>de</strong>lante todos<br />
los días, con su ayuda, voy a tener montones <strong>de</strong> conejos. Oiga usted, señor, qué voz más<br />
ronca tiene; hará temblar a los tigres. Nunca vi en toda mi vida un perrito como éste.<br />
¿Cuánto dijo usted que quería por él? ¿Un peso plata? Me parece un pecado, es una<br />
barbaridad pedir tanto dinero por un animalito inútil que sólo sabe comer y comer y <strong>de</strong>struir<br />
todo lo que se ponga a su alcance. Pero, <strong>de</strong> cualquier modo. . . —suspiró profunda y<br />
tristemente—, <strong>de</strong> cualquier modo, señor, ya que usted insiste en que sea un peso, ¿qué<br />
puedo yo hacer? Yo soy muy pobre, muy pobrecito. Un peso es mucho dinero, mucha plata.<br />
No comprendo cómo puedo pagar tanto dinero por un perro que <strong>de</strong> ello sólo tiene el<br />
nombre, ya que no sabe ni ladrar ni mor<strong>de</strong>r, ni sirve para nada todavía. Pero me quiere tanto<br />
el pobrecito, que si no me lo llevo estoy seguro que se muere. Eso sería pecar. No puedo<br />
abandonar este inocente animalito. Bien, ya que usted no quiere rebajar ni un centavo, aquí<br />
tiene su peso.